Anoticio, pues, a todos mis conciudadanos de que, tras este irrevocable fallo dictado por la jueza en lo contencioso administrativo Débora Dora de Valdez (fallo que, aunque discutido y polémico en los cenáculos tribunalicios, sienta jurisprudencia en lo sucesivo para mis ulteriores demandas y para aquellas que siguen en curso), quedan, a partir del presente día del corriente mes, en interdicción de acercamiento a no menos de tres colectivos de distancia de mi persona los sujetos detallados en la siguiente lista:
- Los que, con un descaro digno de mejores y más lucrativas empresas, vienen a situarse adelante de uno en la parada en la que llevamos ya quince minutos esperando solos.
- Las manadas que suben en la parada anterior a la nuestra y sacan decenas de boletos con monedas de cinco y diez centavos, obligándonos de ese modo a viajar de pie casi todo el trayecto, pero siempre logrando la hazaña a tiempo a fin de que no nos sea posible arribar a nuestro destino y bajarnos del colectivo sin haber llegado a abonar el importe del pasaje nuestro.
- Los aviesos sujetos que, cuando uno viaja parado, se filtran no se sabe cómo, sin mediar palabra, entre nuestras existencias y el asiento cuya pronta desocupación aguardábamos (y al que íbamos esperanzadamente maridados), usurpando de ese modo nuestros legítimos derechos a tan codiciado bien ganancial.
- Los que confunden el colectivo con un locutorio y van haciéndonos partícipes de sus tan significativas cuan edificantes charlas por celular, charlas cuyos temas preponderantes hacen siempre ostentosa gala del más cotidiano y anodino tenor.
- Los que cada vez que suena algún celular con un ringtone de Bandana consultan el suyo, aun cuando saben que tienen un ringtone de Mozart.
- Los pasajeros que, bajo el influjo de se ignora qué tipo de veleidades megalomaníacas, cambian de asiento a toda prisa en cuanto se desocupa alguno de la ascéptica y aislacionista fila individual (sujetos a los que ya dediqué la segunda parte de una entrada).
- Los púberes de apariencia engañosamente marginal que portan cierto artefacto que emite las cadencias de algún incomprensible tipo de cumbia y musicalizan así, del más indeseable modo, nuestro ya de por sí penoso viaje con un cursi y pegajoso ritmo que se mantiene inalterable con el paso de los temas, los discos y aun los distintos conjuntos (chu ku chú, chu ku chú, chu ku chú...).
- El fatigado trabajador que se adormece en su asiento y deja reposar su cabeza sobre nuestros hombros compasivos aunque algo avergonzados por el embarazoso cuadro.
- El intolerante que, cuando el trabajador fatigado inclina la cabeza hacia su lado, le da un empujón a fin de que esa exánime e inerte testa caiga para el lado nuestro (este episodio digno de cancha de voley sólo se verifica en los asientos del fondo).
- La misteriosa mujer que, en pos de nadie sabe con certeza qué oscuros fines, viaja parada al lado del colectivero y lo acompaña hasta más allá del fin del recorrido (¿será su novia; será una pasajera garronera; será la muerte, que se lo lleva?).
- Los pesados que ponen nervioso al chofer discutiéndole la emisión o no de un boleto. Flaco, si la DGI te hace una auditoría no vas a ir preso por la inexplicable falta de tan trascendente documento de pago.
- Los sujetos masculinos que se sientan al lado de uno con las piernas inmaduramente abiertas cual si llevaran un oso panda en la entrepierna y roban o acotan, de ese modo, parte sustancial de nuestro espacio vital de asiento.
- Los que, cuando los viajeros experimentados intentamos ganar los decisivos espacios vacíos del fondo de las unidades que van llenas, obstruyen con sus voluminosos vientres y bolsos el pasillo en ejercicio de un insólito piquete que va coronado por una adusta cara de noli me tangere.
- Los que se apostan con talante seguro ante la puerta dos paradas antes de aquella en la que deben bajarse y engañan de ese modo nuestra ingenua confianza, que observa consternada cómo nuestra parada queda irremediablemente atrás sin que el colectivo se detenga.
- Los que, avisados por experiencia propia de la alta tasa de popularidad de la incomprensible conducta antes descripta, nos preguntan fastidiosa e innecesariamente si habremos de bajarnos en la siguiente parada cada vez que tocamos ostensiblemente el timbre para hacerlo.
- Los que, a los segundos de que tocamos timbre para bajar, lo vuelven a presionar atrás nuestro, haciéndonos quedar ante el chofer, que nos dirige una veloz y resentida mirada a través de su inagotable abanico de espejos retrovisores, como viajeros novatos e inexpertos.
- Los que, en los asientos dobles, permanecen sentados junto al pasillo en vez de pasarse al lado de la ventana cuando dicho sitio se desocupa y dificultan así, fingiendo inverosímiles síntomas claustrofóbicos, el acceso al codiciado asiento libre.
- Los choferes que con cada frenada, las cuales se suceden con una frecuencia no menos que sospechosa, nos obligan a saludar a no se sabe qué olvidados emperadores orientales.
La lista se engrosaría mucho más allá de los límites permisibles si contase yo con la paciencia suficiente como para incluir, de manera prolija y concluyente, a todos y cada uno de los sujetos pasibles de quedar encuadrados en los vastos alcances de mi presente demanda, por lo cual me contentaré con sugerir a todos mis conciudadanos por igual que se guarden de esta inaudita pero imperiosa orden judicial, ya sellada por escribano público, con la que me pasearé a partir del día de la fecha en mis líneas favoritas, a saber, el 107, el 25, el 84, el 85, el 108, el 124, el 146 y el 135; en caso de que las restricciones establecidas por la norma sean dolosamente transgredidas, cuento con todas las garantías legales del fuero civil y del fuero penal para proceder a, en legítima defensa, ejercer sobre los individuos arriba mentados todo tipo de violencia verbal o física. Están advertidos.
Será justicia.
A mi me enferman los que me preguntan "¿descendés?". Hablan mal, dicen "vayansén", "dijistes", "que se io", "reveer", "si yo tendría" y cientos de ejemplos más, y justo arriba del colectivo se vienen a hacer los finos y dicen "descender" en vez de "bajar".
ResponderEliminarEstimo que dicho fenómeno tiene su origen en que muchos colectivos llevan un cartel con la leyenda "Haga el favor de descender por atrás", o algo por el estilo. Ese mensaje subliminal graba sin duda a fuego en las mentes de los pasajeros la noción de que de los colectivos no se puede bajar, sólo descender.
ResponderEliminarEl "si yo tendría", y todo empleo erróneo del condicional, es ya un clásico consagrado definitivamente por el favor popular de las masas: sólo es lícito corregir esos casos cuando, advirtiendo que nuestro saber no obra para nosotros sino como fuente de pesar, nos sentimos muy envidiosos de la sana felicidad que a las almas sencillas proporciona la ignorancia.
A mí me agrada particularmente cuando una madre cargada de hijos intenta serenar al más liero de ellos y añade a su reto el cierre de frase: "... que estás molestando desde hoy". No sé si esa particular forma de expresar la idea constituye un error, pero al menos es graciosa.
siendo yo tambien alguien que piensa y escribe mucho en el transporte publico, apoyo el dictamen de la jueza.
ResponderEliminarmuy bueno su blog, encontre muchos puntos en comun con el que aquí escribe.
saludos
Envidio a los que pueden escribir, o leer, en el colectivo: yo soy de los que se marean si lo intentan. Se me ha visto a menudo por la calle escribiendo en un pañuelo carilina, apoyado sobre un tacho de basura bajo la llovizna, pero, en un colectivo, nunca: todo lo que pienso allí depende, para sobrevivir, de mi memoria. Lo saludo.
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