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Misterios no resueltos: Cotorritas

(Advertencia: ver al final de los comentarios las exclusivas investigaciones de este blog sobre si las cotorritas pican o no y sobre cómo matar cotorritas.)


Ha llegado, finalmente, el fatídico momento de ofrecer al lector uno de los más enigmáticos misterios no resueltos de la vida, uno de los más consternantes arcanos del cosmos, una de las más inabordables dudas de la existencia humana que todavía ningún hombre de ciencia o de fe ha logrado elucidar. La marcha de la historia seguirá por los siglos de los siglos su curso inexorable, los avances tecnológicos y científicos seguirán asombrando a las generaciones, se terminarán el hambre, las guerras y las ofertas telefónicas, pero este misterio permanecerá por siempre incólume, jamás alcanzado por el esclarecimiento de la perpleja humanidad.

La irresoluble duda existencial de la que hablo me sobrevino durante una calurosa jornada estival en la que, en medio de la noche, se cortó la luz en mi barrio. Más allá de todas las válidas aunque poco originales consideraciones que este tipo de sucesos acarrean, descubrí que me sentí mucho más concernido por el trágico destino de los múltiples insectos que pululan en torno a los faroles que por el de los pegajosos humanos sudando la gota en sus hogares. En efecto: para las comúnmente llamadas "cotorritas" (si fuese un licenciado conocería su nombre científico, pero por fortuna no lo soy), esos indescriptibles chobis que se dan cita donde quiera que una bujía arda en todo su esplendor, no hay nada más triste y peligroso que tener que emprender la fatigosa y a menudo mortal tarea de emigrar hacia otro barrio a fin de encontrar un nuevo farol en torno al cual orbitar.

Pero entonces surgió la gran pregunta, el misterio no resuelto, la duda imposible ya de exorcizar, que desde esa funesta jornada me consume y me lacera con los vanos ecos de su interrogación inmisericorde: ¿dónde corno se juntaban las cotorritas y todos los demás bichos fotófilos cuando no existían ni la electricidad, ni las lámparas de aceite, ni las velas? ¿Dónde diablos esperaron durante cientos de miles de años hasta que apareció el humano y les trajo la luz? ¿A quién le hinchaban las tarlipes cuando no había pantalla de pc alguna sobre la cual ponerse a caminar? ¿Dónde conocían minitas cuando no existía el boliche callejero de no sé cuántos watts o la inmortal bombita del comedor?

Ok, se pueden ensayar algunas respuestas, pero todas me resultan insatisfactorias: la de que pasaron siglos llorando mientras, agonizando de anhelo, miraban de lejos a la inalcanzable luna llena se me antoja inverosímil aunque romántica; la de que viajaban en enjambres buscando el ojo de los volcanes en actividad o los incendios ocasionados por el rayo no se condice mucho con su naturaleza proclive a las luces más bien mansas y estáticas; la de que recorrían melancólicamente a la deriva el mundo aguardando por la llegada de Thomas Alva Edison, el mesías que, vaticinado por célebres profetas del universo de los bichos, estaba destinado a traerles la luz y la salvación es simpática pero suena muy a inventada por mí y mis raras asociaciones de ideas; y la de que vivían corriendo en pos del traste de los bichitos de luz choca contra la barrera de lo absurdo que sería perseguir una luz intermitente que nunca se sabe dónde va a reaparecer, y, peor aún, contra la de lo triste que sería abrazar la idea de que las generaciones contemporáneas de cotorritas serían apenas un aburguesado y decadente estado evolutivo de una raza de insectos que antaño debió de ser todo un ejemplo de atletismo y tenacidad.

En resumen, no acierto a imaginar qué sería de la vida de las cotorritas en los largos siglos de sempiterna oscuridad que precedieron a la aparición del animal humano, lo cual me lleva también a preguntarme qué alacenas infestarían las cucarachas, en qué colegios se alojarían y acuartelarían los piojos, de quiénes vivirían los parásitos estatales progres, y dónde, dónde moraría y se cebaría la estupidez antes de la llegada al mundo del hombre.

Preguntas sin respuesta, misterios que no he podido resolver.