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Celebraciones del dolor

Es posible que gran parte de mi inmadurez encuentre su razón y secreto en mi acendrada costumbre de no celebrar jamás mi cumpleaños. Debo admitir que no es algo que me resulte demasiado difícil: no sólo nadie en el mundo me llama ni se acuerda de mí en esa fecha, sino que incluso yo mismo olvido cuándo es que cae y doy lugar a situaciones como la de ayer, en la que, habiendo sacado inadvertidamente turno para el dentista en mi propio cumpleaños, debí festejar mi natalicio con un torno en la boca.

Inciertas leyendas del pasado hablan de un niño que, abriéndose paso en este mundo con todos los visajes de la normalidad, celebraba su cumpleaños en medio de un nutrido grupo de camaradas, recibía obsequios, y hasta era beneficiado con el dudoso don de poder pedir un deseo al tiempo en que soplaba unas escasísimas velas sobre una torta de obligatorio chocolate. Pero ese dichoso niño no tardó en crecer y en volverse una suerte de monstruo que pasaba sus natalicios cada vez más solo, a medida que la muerte se iba llevando a su familia y la locura iba haciendo presa en él, hasta que no quedó ya nadie a su lado.

Poco importa: un cumpleaños no es más que la consumación de una vuelta más de la esfera terrestre en torno a la órbita solar con nosotros sobre ella, lo cual no nos añade mágicamente más conocimiento ni sabiduría ni nada que debamos celebrar, y que incluso carece de significado en aquellos que, como yo, nunca tuvieron mucho que ver con el astro luminoso. ¿Por qué debería festejar una nueva orbitación solar aquel que vive sumido en perpetuas tinieblas? Incluso, teniendo en cuenta que hay gente que opina que el feto es un ser vivo y que, por lo tanto, abortar es un crimen, tal vez nuestros cumpleaños se estén celebrando con nueve meses de atraso, en cuyo caso el zodíaco debería ser completamente abolido y repensado por jóvenes astrólogos decididos y valientes, dispuestos a destruirlo todo para volver a edificar sobre las humeantes ruinas de lo inocuo.

En resumen, a nadie, y a mí menos que a nadie, le importa si me pegué o no una vuelta más en calesita terrestre alrededor del sol. Prefiero festejar cada vez que aprendo algo nuevo, pues, dado que a veces sucede que en un año adquiero innúmeras experiencias desconocidas, y, en contraste, otro año lo paso de manera brumosa y estéril sin crecer ni mejorar en nada, está para mí probado que no todos los años miden lo mismo... y es mejor celebrar cada ocasional enriquecimiento del saber que la gris sumatoria anual de jornadas anodinas e infecundas.

Describiré, para cerrar, mi maravilloso cumpleaños de ayer. Soy alguien lento para asimilar las cosas, quizás a causa de que, como decía Nietzsche, los pozos más profundos tardan más en saber qué fue lo que cayó en ellos. Todo me lleva un proceso, un trabajo, e incluso desconfío de las naturalezas espontáneas y emotivas que ante cualquier estímulo reaccionan de inmediato: imagino que carecen de constancia. Si una mujer me tira onda, caigo en la cuenta de ello dos o tres meses después, cuando ya no la veo más. Cada duelo, cada alegría, cada cambio, cada cosa conlleva para mí un problemático e inacabable tiempo de lenta asimilación... y la anestesia del odontólogo no se cuenta entre las excepciones: siempre me hace efecto recién cuando estoy en la calle secándome las lágrimas de dolor que, con un enorme esfuerzo, logré contener dentro de mis glándulas lacrimales mientras estuve dentro de los luminosos límites del consultorio.

Aunque, si lo pienso bien, creo que no hay nada más apropiado para celebrar un cumpleaños, nada mejor para recordar el dolor de nuestro ya lejano parto, que aplicar un diabólico y zumbante torno sobre nuestros nervios indiferentes a toda anestesia: supongo que nacer debió de sentirse bastante parecido...

5 comentarios:

  1. A mi tampoco me gusta festejar mi cumpleaños,no tengo ningún motivo en especial,solo quiero desaparecer ese día.

    Cariños

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  2. muy bueno el escrito, señor. aunque yo si festejo mi cumpleaños, mas que nada, por otro año de haber vivido. saludos.-

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  3. Agradezco las palabras de ambos, que sirven como testimonios opuestos que corroboran que el cumpleaños es sólo una convención que algunos eligen festejar y otros no. Pero el problema mío pasa por otro lado: hace no mucho, hubo un año en el que advertí que era mi cumpleaños... dos días después de que hubo pasado.

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  4. Anónimo11/8/10

    Yo tampoco soy muy pro-festejo. En mi niñez era un buen motivo para ver a la mayoría de mis amigos a la vez y recibir regalos (La linda infancia en la que uno puede ser SUPER materialista sin sentir remordimientos) y todo eso.
    Igual, los últimos 3 años está tocando en plenas vacaciones con mi grupo de amigos en la costa (Cumplo en enero), así que si yo no lo festejo, lo festejan ellos por mí :P
    Cualquier excusa es buena para tomar alcohol.

    Por cierto, muy interesante la analogía Nacimiento-Torno. Y lo del horóscopo, hace un tiempo me planteé un nuevo linaje zodiacal, indignado porque habían decidido meter un nuevo signo (Ofiuco), pero quedó ahí, en la nada.
    Nos vemos.

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  5. Sí, leí sobre su noble intención de legar a la humanidad un nuevo horóscopo, y por eso me permito señalarle, antes de que emprenda tan colosal tarea, la terrible cuestión sobre qué es lo que determina el signo: ¿el momento del nacimiento, o el de la concepción?

    Supongamos un niño que, por un accidente terrible de la madre, nace sietemesino y lo meten en una incubadora, de la que lo sacan dos meses después: ¿cuándo nació?, ¿de qué signo es?

    Si lo que importa es la posición de los astros no al momento de nacer, sino al momento en que espermatozoide y óvulo colisionan irreparablemente, todo el zodíaco está mal, con nueve meses de atraso.

    La carta natal de los siameses es idéntica, sin embargo a veces se someten a una operación para separarse y uno muere y el otro queda vivo: ¿cómo podría el horóscopo prever algo así?

    Un nuevo zodíaco tendría que tener en cuenta todo esto antes de arrancar. Yo haría un zodíaco que tuviese tantos signos como humanos hay en el mundo, un signo para cada uno, pero no tengo tiempo para eso: hay que ser Dios.

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