Gamorsa aparte, instauro esta nueva saga del blog, que Cristina denominaría "Comments reloaded", porque muchas veces, al comentar blogs ajenos, encuentro que las ideas que acuden a mis lóbulos cerebrales a raíz de esas entradas se tornan demasiadas como para poder exponerlas cabalmente en esos blogs sin correr el riesgo de usurpar el espacio a sus propios dueños, que verían con azoro cómo uno de sus comentaristas escribe más que ellos mismos.
Así pues, es menester que me expida aquí a gusto sobre la extendida problemática expuesta por el señor Polzúnkov en una de sus recientes entradas, en la cual desgrana los diversos avatares de las penurias a las que los "chicos buenos" están condenados al interesarse por mujeres que, atraídas por algún "chico malo", los relegan irrevocablemente al triste rol de amigos confidentes, condenados a mitigar sus ardores amorosos mientras escuchan de boca o msn de su amada, con paciencia, las insufribles relaciones de los diversos vejámenes a los que el chico malo de turno las somete con diestra mano.
Aclararé, ante todo, que soy un chico bueno, pero con la particularidad de que hago casi siempre el mal. Esta singular característica, sumada a mi facilidad para sondear extremos opuestos nada más que para jugar un rato, me permite ampliar mi visión al panorama completo de la situación descripta y poder conocer, así, en carne propia, la versión de sendas campanas. De modo que es la ineludible tarea de mi siempre proba honestidad intelectual dar a conocer ya mismo al mundo, que lo ignora, las amargas penurias de los chicos malos, las crudas tragedias de estos anti-héroes que, a un tiempo detestados y admirados por los chicos buenos, cargan con una cruz propia cuya verdadera magnitud nadie atina a percibir y mensurar.
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La tragedia de los chicos malos
Ha de saberse, ante todo, que hay dos clases de chicos malos: los que piensan con los testículos en lugar de con la cabeza, y los que han descubierto que a las mujeres, aunque se rompan la garganta gritando lo contrario, les gustan más los chicos que piensan con los testículos en lugar de con la cabeza, de modo que ponen a menudo su cerebro en modo off y alcanzan así, adrede, la codiciada condición de malos a fin de potenciar su coeficiente de levante. Entiéndase que, a efectos de tratar este tema, estoy usando el término "chicos malos" no sólo en el sentido más bien relacionado al modo que tienen éstos de vincularse con el sexo opuesto, sino que también estoy haciendo hincapié en los chicos malos de mi especie, es decir, los que se llevan mal con la ley y las normas sociales de conducta, lo cual nos introduce en la existencia de un tercer grupo de chicos malos, conformado por aquellos raros individuos que logran poner no sólo su cerebro en off sino también, al menos momentáneamente, sus hormonas. No lo hacen para levantar, sino por cuestiones artísticas y estéticas o de mero temperamento vocacional (se dirá que algunos hacen el mal para enriquecerse, pero quien quiere enriquecerse quiere poder, y quien quiere poder sólo quiere, en el fondo, usarlo como un medio para procurarse buen sexo, de modo que esta clase de sujetos sigue estando dentro de la categoría de los que piensan con sus testículos). Todo esto es de capital importancia para la acabada comprensión de la presente materia.
Ahora bien, tenemos ante nuestra lupa científica al chico malo que atraerá a la mujer normal que relegará al chico bueno al papel de amigo confidente. Y acá entra el punto de discordia: la mujer normal no quiere salir con un chico malo, sino que quiere usar al chico malo como un juguete de su poder. Para que se entienda con más claridad, la mujer normal simplemente intentará medir sus propias fuerzas poniendo a prueba su capacidad o no para transformar al chico malo en chico bueno. Ése es su juego y eso es todo lo que hay detrás de su interés por el chico malo. Dicha conducta, sin duda atávica, encuentra sentido ya en la prehistoria: la mujer cavernícola normal ansía levantarse al más intrépido y temido cazador de jabalíes, pero, una vez que el cazador cae en sus lazos, quiere transformarlo en un dócil padre de familia que garantice, por medio de un paternal cariño, la subsistencia de los cachorros cavernícolas que esta mujer habrá de darle.
¡Y esto ha llegado hasta nuestros días! Pero con una variante que es producto o resultante de los tiempos modernos: ya no hay que transformar al temible cazador sin ley ni ataduras en un dócil padre-cazador, sino al chico malo que está más allá del bien y del mal en un tierno escuchador de boludeces femeninas cotidianas pasible de ser presentado en casa y de dar envidia a las amigas. Desafío yo solo al mundo entero a que me discutan este aserto, pero les advierto que caerán en el intento: hay verdades que son más grandes que ustedes, y que no tardarían en aplastarlos.
De lo antedicho se desprende una primera conclusión matriz, cuya importancia determinará todo el resto de mi ensayo: la mujer normal no quiere al chico malo, nunca lo quiso y nunca lo querrá; simplemente toma el atractivo envase del chico malo, y aspira a demostrarse a sí misma sus tremendos poderes de hembra cazadora y redentora domesticándolo y sometiéndolo a una nueva mansedumbre en la que el chico malo finalmente morirá dejando sólo su cáscara, usurpada entonces por un sumiso chico bueno hecho a medida de la despiadada domadora. Un boludo más "para la cartera de la dama".
Nada de esto lo digo en vano: sí, me han querido domesticar, he sido acosado por los alocados devaneos de mujeres con vocación de domesticadoras, pero tal hazaña se ha manifestado totalmente imposible conmigo; no ha nacido aún la mujer capaz de tal proeza. Antes bien, yo he transformado en malas a muchas mujeres buenas. Sin embargo, pasamos aquí a otra etapa crucial del presente trabajo ensayístico: el chico malo promedio se siente atraído por mujeres normales. Ignoro cuál es la causa de esto; quizás se deba a que las mujeres normales son las lindas, o acaso tenga que ver con que muchos chicos malos sueñan, muy secretamente en su fuero interno, con ser domesticados. Detrás de sus aterradores penachos y de su armadura de guerrero, detrás del fuego que brota de sus fauces terribles, el cazador aspira a formar una familia y a proveerle alimento. ¡Para ello aprendió a cazar, qué diablos!
Entonces llegamos así al segundo fenómeno: el chico malo sale con una mujer normal que no lo comprende, que no lo quiere así como es, y que sólo aspira a domesticarlo. Y aquí comienzan sus penurias, su tragedia de vida. Atrae, pero no cautiva. Enamora, pero a mujeres que no se interesan en conocerlo de verdad, sino que lo consideran una plastilina con la cual podrán moldear su príncipe azul. ¡Pero él no nació para príncipe azul! ¡Ni siquiera nació para sapo: apenas si aprendió, de la vida, a ser villano! Así pues, solo, desolado, mortificado por la situación, el chico malo busca ayuda. Y de ese modo, mientras la mujer normal se recuesta en el chico bueno confidente para manifestarle todas las desgarradoras vicisitudes de sus primeros fracasos como domadora, el chico malo, que se siente incomprendido, termina recurriendo a una compinche también, a una mina piola que lo entienda, una loca que también quedará, a su pesar, confinada al luctuoso rango de amiga confidente: sí, me refiero a la mujer atormentada.
Se trata, por lo general, de una mujer que fue abandonada por su padre de pequeña, o que vivió alguna tragedia similar en su infancia, y que comprende, pues, mejor que ningún otra al chico malo, el cual también esconde un oscuro pasado. Pero el chico malo no sale con ella: la reserva para el papel de amiga varonera piola, o la usa meramente como compañera ocasional de lecho. Nunca algo serio. Y hace bien: la mujer atormentada es, como él, una mochila de piedras, una mina que, aterrada ante la idea de ser abandonada de vuelta, se pasa en revoluciones de mala y manda a la mierda a todo aquel que se enamore sinceramente de ella: tal es el terror que le causa la idea de cerrar los ojos y amar a un flaco de endeveras.
Digno de mención es el hecho de que, muchas veces, el hombre que sale con la mujer normal encuentra, en la manifiesta incomprensión de su pareja, una formidable excusa para entregarse a las disipaciones de una segunda vida. "Vos sí que me entendés, no como mi mujer" es el inmortal adagio de este chanta que, más que como chico malo, puede catalogarse a partir de aquí como gente de merda, toda vez que en el casino de sus funestos planes está contemplada la miseria de todos menos la suya propia, que se la pasa bomba mintiendo por igual a dos veredas: a la una, asegurándole la exclusividad de su amor, y a la otra, encandilándola con falaces señuelos sobre un siempre postergado abandono de esposa e hijos que, en teoría, será ejecutado en aras de consagrarse sólo a ella. He aquí, en resumen, un individuo que piensa con sus testículos... pero que tiene pocos.
Así pues, tenemos una pareja incompatible conformada por un chico malo y una mujer normal, y, a los costados, como muletas, la mujer atormentada y el chico bueno, amigos a la espera. El mundo está mal organizado, lo sé; a veces me pregunto cómo Dios no me consultó a mí antes de armar semejante mamarracho. Si es tan omnipresente como asegura, tendría que haber previsto que yo la iba a tener más clara que él en este asunto tan delicado. Para ser un Dios, la verdad es que muestra una conducta demasiado caprichosa y orgullosa para mi gusto: ¿tanto le cuesta pedir ayuda a un simple mortal? A diferencia de él, que, según dicen, nos pasará algún día sentencia a todos, yo no habría de juzgarlo por tal acto. Mi silencio está asegurado; ¿por qué, pues, sigues sin acudir a mí a fin de desfacer estos entuertos que son obra de tu inexperta mano creadora, oh, excelso Poder de raigambre eterna? Pero basta con esta digresión, que tengo una entrada de blog que terminar.
Veamos las consecuencias de esta cuádruple catástrofe humana cuyas dramáticas dimensiones todos estarán sin duda comenzando a atisbar. Una mujer normal, sufriendo porque el chico malo la trata, no sin razón, para el ortúzar. Un chico malo, cansado de que su novia le hinche las tarlipes con boludeces que aspiran a cambiarlo, y sintiéndose más solo cuando está con ella que cuando está encerrado en su cubil de ermitaño. Una mujer atormentada, padeciendo inenarrables crisis existenciales al ver a su amigo malo, al que ella nunca querría cambiar, perdiendo el tiempo con semejante borrega. Y un chico bueno, abrumado por el dolor de saberse enamorado con pureza de una masoquista que, en pos de una dudosa épica redentora que no tiene ni tendrá, no mira a su amigo bueno porque busca un chico bueno pero tallado en la madera de un chico malo. Esta demencial comedia de enredos, digna del intelecto más mediocre, signa así con sus negros colores las aristas de la fatídica vida de un tetraedro de desgracias.
Por si todo esto no fuera suficiente, es una clásica que la mujer normal ande llorando por todos los rincones asegurando que el chico malo no la quiere, que ella lo ama a él pero que tal amor no es correspondido: ¡insensata vanidad! ¿Cómo puede atreverse a decir que lo ama, si ni siquiera lo comprende o lo intenta comprender; si, crimen más doloso aún, aspira a cambiarlo? ¿Qué clase de insólito amor es ese? Es como decir: "Amo a Boca y deseo que su camiseta sea roja y blanca, mis colores favoritos, por los que daría la vida". Esta triste realidad sólo añade mayor peso al grotesco de esta verídica historia que, desde distintos ángulos, todos hemos conocido alguna vez; y tengo por seguro que siempre el chico malo ama más a la mujer normal de lo que ella lo ama a él, pese a que el chico malo se asegure una y otra vez a sí mismo que no la quiere y que se muere de ganas de mandarla al diablo de una vez por todas, deseo que, sin embargo, es más que sincero.
Observemos una escena típica extraída de la vida cotidiana de una de estas singulares parejas; bueno, quizás no sea típica en lo absoluto, pero era la clase de diálogo que yo mantenía unas cuatro veces al día con mi ex-novia:
Mujer normal: –No puede ser que yo... (planteo pelotudo).
Chico malo: –¡Bueno, si tanto te molesta como soy, dejame!
Mujer normal: –¡No, eso es lo que vos querés, que yo te deje!
Chico malo: –... (confusión).
Como corolario a toda la locura recién expuesta, descubrimos, tardíamente, que la vida real carece de un Molière que ponga las parejas en orden (chico malo-mujer atormentada; chico bueno-mujer normal) y que, solucionando el embrollo, haga terminar a todos los personajes en una dichosa celebración de múltiples esponsales. No: la rueda de la sinrazón sigue girando sin cesar, para infortunio de todos nosotros, contristados herederos de Ixión.
Como sea, he aquí mis consejos finales para contribuir al bienestar de la humanidad (ya les dije que soy un chico bueno, aunque reviste en las tropas del bando contrario):
Mujeres normales y chicos malos: déjense de joder, boludos, que ya están grandes.
Mujeres atormentadas: dejen de darle a la merca y de cortarse los brazos tontamente, y háganse pasar por minas normales un rato. Los niños salvajes necesitamos con urgencia una mujer normal que tenga cerebro para entendernos, y sólo ustedes pueden generar ese milagro. Quizás hasta logren lo que la mujer normal no podrá lograr jamás: redimirnos y salvarnos.
Chicos buenos (ningún chico bueno lee este blog, pero ok, el consejo sale igual): aunque lo escribí en otro contexto, relean mi post sobre el msn y memoricen mi frase sobre los amigos confidentes. Transcribo el pasaje a continuación para ahorrarles la fatiga de la búsqueda: "(Que no se acerquen nunca a mí) las mujeres que, sin que medie solicitud alguna por nuestra parte, se ponen a narrarnos el diverso abanico de vejaciones a los que las sometió el chongo de turno. [...] En estos casos, si la mujer te interesa, ridiculizala, decile que el turro estuvo flojo, inventá y adjudicate hazañas y crímenes contra el sexo opuesto muy superiores a los del tipo así la mina se enamora, ineluctablemente, de vos; si la mujer no te interesa, ¡qué hacés ahí!, ¡eyectate cuanto antes de esa conversación!".
Ahora sí, he dicho (era imposible condensar toda esta sabiduría en un solo comentario).