El leer este blog es perjudicial para la salud. Ley No. 43.744.

Dime cómo te calzas...

Así es como te quería ver, ojota: enfrentando al fin el severo tribunal de mis inapelables juicios estéticos. Todos los magistrados de oriente y occidente te dejarán sin duda en libertad, para que fatigues a gusto tus suelas sobre el negro asfalto de las ciudades y sobre las blancas arenas de las playas, pero ahora compareces ante mí, y no es misericordia lo que puedes esperar de mi insobornable mirada.

En efecto, advierto que los calores descienden una vez más, como suelen hacerlo con sorprendente regularidad todos los años, a la funesta metrópolis que me tiene por involuntario habitante, preanunciando así los infaustos climas estivales que, a todo su larguísimo séquito de nocivas calamidades y desagradables aspectos, suman el atroz hecho de traer ya tradicionalmente aparejada la súbita aparición y subsiguiente multiplicación en las calles, cual si de cucarachas en las alacenas se tratase, de ese inconcebible calzado que se suele denominar "ojota" y que obra sobre mí un efecto muy similar al que un crucifijo o una ristra de ajos produciría sobre un vampiro. A raíz de la incipiente eclosión de este singular fenómeno de la naturaleza que, según constato, empieza ya a registrarse a mi alrededor con vigor anualmente renovado, considero que va siendo hora de que alguien junte coraje y diga, de una buena vez, todo lo que hay que decir sobre las delicadas cuestiones que atañen a la problemática del calzado femenino.

Pero, antes de acometer mi osada empresa, debo apresurarme a efectuar una advertencia de rigor: todas mis consideraciones deben repercutir sobre las eventuales lectoras como anti-consejos, partiendo de la base de que mis gustos suelen ir invariablemente a contramano de los de todo el resto de la especie humana. Así, si el deseo de la mujer que se sumergirá en las líneas que estoy tramando escribir a continuación es el de seducir y conquistar a algún espécimen del animal humano en su versión masculina, hará bien calzándose con todo aquello que yo denigre y evitando puntillosamente todo aquello que yo avale. Mejor y más directo camino al éxito que ése no hay.

Principiemos nuestro presente ensayo por aquello que, a juzgar por su brevedad, será sin duda lo más fácilmente abordable: los calzados permitidos. Cuentan con mi seguro agrado y beneplácito todos los borcegos, todas las botas (salvo unas que estuvieron de moda hace un par de años, de taco efímero y con forma de tetera), todas las zapatillas de lona (salvo las Topper blancas, prohibidas entre las prohibidas), todos los tacos altos, todos los calzados romanos o griegos con cuerdas alrededor de la gamba, y también los zapatos de nena buena. Ignoro cómo se llaman estos últimos, pero se entiende cuáles son: los que usan las mujeres que, cuando van a estudiar a lo de un compañero, estudian. Una cosa así.

Sin alcanzar nunca el valor agregado que la lista precedente supone en cualquier mujer, existe una serie de calzados intrascendentes cuyo uso está avalado por mis normas y que suelen tener un largo alcance entre las distintas gamas disponibles de zapatillas y zapatos. Pero ojo: no toda zapatilla puede considerarse exenta de sobrados motivos para despertar mi ira, y, antes de adentrarme en los escabrosos terrenos de sandalias y ojotas, puedo contar tres ejemplos en los que bien vale la pena detenerse.

Por empezar, tenemos a las ya mentadas Topper blancas, eterno símbolo del rolinga y el rock chabón. Puedo afirmar, sin temor alguno a equivocarme, que, entre toda mujer que adornó alguna vez su pie con semejante dechado de mugre y yo, siempre se verificó la existencia de un mutuo e inmarcesible odio a primera vista. Se ignora el por qué, pero una Topper blanca es garantía absoluta de que entre su portadora y yo no habrá de existir jamás pensamiento en común alguno. En mi adolescencia efectué un solemne juramento, de carácter vinculante, según el cual jamás hablaría a mujeres que estuviesen en ojotas o en Topper blancas: hoy, unos tres quinquenios más tarde, me es posible decir, con orgullo, que nunca falté a mi palabra.

Mi lista negra, lejos de terminar ahí, se vio ampliada hace no mucho con las singulares zapatillas de boxeadora, que hicieron furor hace unos pocos años y que aún pueden verse como raros hallazgos en aquellas mujeres que, vaya uno a saber a raíz de qué vicisitudes económicas o laborales, no tuvieron ocasión de renovar obedientemente sus armarios según las subsiguientes modas semestrales que pasaron de aquel tiempo a esta parte. Ok, admito que las zapatillas de boxeadora no son tan feas, pero el hecho de que todas las mujeres se las hayan salido a comprar al unísono me da la pauta inconfundible de que ninguna de esas hembras cuenta con una cuota estimable de actitud y personalidad. Y una mujer sin actitud ni personalidad, una mujer sumisa ante los imperiosos mandatos de la dictadura estética de esta sociedad, es una pérdida de tiempo para mí. Como yo para ella.

Para cerrar de una vez el rubro zapatillesco (iba a poner "zapatilleril", pero... ¡basta de inventar neologismos terminados en "eril"!), dejo, como frutilla de la torta, a la monstruosidad de monstruosidades por excelencia, la aberración andante, el eslabón perdido entre la zapatilla y la ojota: me refiero a las ya insoslayables zapatillas ninja, las cuales se ven regidas por los mismos odiosos principios que la ojota de dejar el dedo gordo separado del resto de sus compañeros en un compartimento o cabina especial hecho para su exclusivo uso. Yo no sé quién pudo ser el enfermo que, tras observar durante horas el pie de un chimpancé, tuvo la brillante idea de confeccionar un calzado que nos hiciese retroceder unos cuantos millones de años de evolución física, pero lo que se me hace asombroso y escalofriante es que su imperdonable invento haya tenido inmejorable y ubicua prédica entre las moradoras de las ciudades. ¿Qué hay que tener en la cabeza para entrar a una zapatería y acceder, no ya a comprar, pero siquiera a probarse, ya sea por voluntad propia o por voluntad impuesta, una zapatilla que trae el dedo gordo escindido mediante una ranura que se adentra decididamente en el frente del calzado? ¿Acaso estiman la conveniencia de que les resulte posible satisfacer, en algún momento futuro, la necesidad de agarrar un lápiz o un cigarrillo con el pie? No lo sé, pero la Crítica del juicio de Kant debería ser escrita de vuelta desde cero. Y lo peor de todo es que, para realzar al máximo toda la gloria de la inigualable belleza del paisaje urbano, este deleznable calzado suele verse acompañado por ese aborrecible pantalón que nace ajustado en los tobillos y que, a medida que uno levanta la vista, se va transformando en una gigantesca bolsa de clavos. ¿Qué más les falta ponerse a estas mujeres? ¿Hay tipos capaces de salir con ellas? No quiero que me tilden de frívolo, pero es que... uno habla mucho de sí mismo con su vestimenta. La mujer capaz de pasearse despreocupadamente por el mundo llevando no sólo zapatillas ninja, sino además pantalón de clavos, manifiesta a las claras que su cerebro detenta unos juicios estéticos, morales y filosóficos diametralmente opuestos a los míos. Vade retro.

Y cabe consignar que, así como la moda es un virus contagioso que se propaga inexplicablemente de mujer en mujer, exceptuando sólo a aquellas que tienen un sistema inmunológico intelectual bastante fuerte, también este dedo gordo en el exilio se fue propagando, como una letal cepa virósica, de calzado en calzado, pervirtiendo en poco tiempo, con su hórrida morfología, toda clase de modelos de zapatillas y zapatos otrora saludables y sanos. Hoy día, nadie es capaz de decir con certeza en qué modelo se inició todo.

Como anexo, haré mención sucinta, ya adentrándome en el rubro zapatos, de la inconveniencia de esos estiletos tipo bruja con la punta excesivamente aguzada y punzante. No es que sean del todo feos; es simplemente que son un tanto agresivos. Discutir con una mujer calzada con semejantes puñales es, por lo menos, peligroso; te llegan a clavar eso de una patada en un testículo, no te lo sacás nunca más. Hubo muertos ya; o, como diría un imaginativo periodista de manual, "se registraron víctimas fatales".

Llegamos, ahora sí, a la indiscutible reina del mal gusto: la ojota sempiterna. Aunque nunca fue ni será mi costumbre, no reniego de que la gente use, por comodidad o lo que fuere, ojotas dentro de los confines de sus moradas o, ya bien, en las playas, las piletas y todos esos centros turísticos que no planeo pisar jamás en mi vida. El problema comienza cuando, movido por cuestiones impostergables, salgo a recorrer el dédalo urbano durante las agobiantes jornadas del estío y asisto con estupor, en las calles, el colectivo, el tren y donde quiera, al lacerante espectáculo de marejadas enteras de féminas adoptando, en plena metrópolis, un atuendo más propio de la costa que de otra parte. Creo que cualquier persona estará innatamente capacitada para deducir la diferencia que existe entre la arena y la mugre; y, si alguien aún no lo advirtió, le sugiero que observe, con atónitos ojos, deteniéndose por un instante en la estela de una rauda muchacha que se aleja, los talones de la joven a medida que éstos se levantan del suelo y asoman sus visibles superficies, por turnos regulares, para dar el siguiente paso: ya me dirá lo que le parece la sorprendente negritud de lo que ve. Tener el pie en constante contacto con puchos, materia fecal canina, agua de alcantarilla, e infinidad de agentes patógenos, es digno de la proscripción inmediata de cualquier lecho. ¿A qué inopia intelectual obedecerá la masividad de este funesto hábito de transitar algo tan serio, trágico e importante como la vida en ojotas? ¿Y por qué será que las mujeres que optan por llevar semejante adminículo en los pies, a fin de recolectar en sus plantas toda la mugre de la existencia, desdeñan ponerse también, ya que están, una pluma en la cabeza? Lo ignoro, pero más furia me generan aquellos individuos inflamados de facundia comprada que, arrastrando con sus pasos unas horrendas ojotas de rutilante bandera brasileña, levantan el dedo de la mano y se ponen a clamar contra los supuestos daños que Videla o Menem y sus respectivos ministros de economía le hicieron, allá lejos y hace tiempo, a la siempre minusválida industria nacional. La ojota no sólo es espantosa por su simiesco mecanismo o sistema de agarre, que genera la ilusión de que el pie es en realidad una especie de mano (las zapatillas se llevan puestas, pero las ojotas se llevan agarradas), sino, además, por el horrísono ruido a chancleteo que producen sus suelas al repercutir contra los talones. No tengo dudas de que, si hubiesen sabido que se trataba de un bien no renovable, los chinos habrían diseñado su célebre tortura no con una gota de agua, sino con una mujer en havaianas caminando interminablemente junto al oído de la víctima. Como sea, sólo existe en el mundo una cosa peor que una mujer en ojotas: un hombre en ojotas.

Y ya que he mencionado este tema, y dado que últimamente este blog está algo abandonado y deseo, por consiguiente, que cada estrofa sea un verdadero lujo de riquezas inagotables, expondré brevemente unos prolegómenos a la dramática cuestión del calzado masculino. Las ojotas y las sandalias deberían estar hace rato prohibidas por ley, y su uso penado con cárcel efectiva. Las estrafalarias zapatillas con resorteras, siempre presentes en las pobres víctimas del sistema, deberían ser asimismo abolidas en todas las fábricas de calzado de la nación. Y no puedo dejar de mencionar también, como algo impropio de un hombre racionalmente sano, a todo el rico surtido de zapatillas que tienen muy prolongada hacia atrás la suela de goma, lo cual genera una especie de ángulo agudo, en vez de recto, a espaldas del portador. Cuanto más agudo el ángulo, peor. De gurí solía cargar, de manera inclemente, a mis compañeros que las usaban asegurándoles que se trataba de zapatillas para mogólicos. Y algo de razón tenía: usar un calzado con tanto sostén hacia atrás, como si corrieras peligro de caerte de espaldas, es equivalente a andar en bicicleta con rueditas. No da, nene, no da...

En fin, estoy satisfecho: con este post sí que haré, al fin, muchos amigos.

15 comentarios:

  1. Si, con lenguaje florido que demuestra un mínimo de lectura gral. (hay frases algo robadas )expusiste los que unos pocos también pensamos...quizá desde mi lugar...suelo exponerlo más rústicamente, dominada por el asco y la desaprobación.

    El fenómeno ojotesco arrancó pecisamente allá por el 2000-2001 aunque no era tan masivo y los tipos (aún) no utilizaban esa cosa indígena como calzado habitual en un entorno urbano...remarco URBANO.

    Recuerdo estar en el secundario en modo robot filosofando sobre el verdadero sabor del pollo y ser interrumpida cada pocos minutos por la caliente brisa con olor a patas arcillosas proveniente de mis compañeras, que al tiempo que yo las puteaba ellas jugueteaban con la ojota usando el dedo gordo como gancho. Horror.

    Hablando de "modas" porqué será que las más grasosas, nefastas, choripaneras y bovinas son las que se impregnan en la membrana del populacho d emanera per-ma-nen-te y son adoptadas 4ever con sonrisa babosa??.
    Todos los calzados porongas que enumerás, son efectivamente una poronga y los detesto con todas mis vísceras gatunas, en serio. Las personas que los usan merecen ampliamente toda mi falta de respeto y al que me diga prejuiciosa lo mando a la recalcada concha de su gonorreica hermana.

    La vestimenta que acompaña la zapatilla ninja se llama pantalón cagado. Es así. Lo peor: los tipos también la usan...parecen cagados y sin pito...el mismo queda oculto entre pliegues fofos. Intuyo que la tienen diminuta..que usar esos lompas viene por el lado de su pija chica. Es eso o son re putos...o ambas, que sé yo.

    Uso borcegos y zapatillas All Star negras, nada más. No hay otro calzado en mi haber...quizá sume más adelante unos zapatos abiertos con tiras y plataformas...cuero negro y púas. Total de calzados: 3 pares de zapatillas iguales y dos pares de borcegos. =D

    En el bondi, antes de cruzar, en el subte o por ahí, pisale los dedos chabón...como corresponde, para que escarmienten por andar como indígenas culo sucio porla yeca. Hasta un linyera se pone un par de mocasines gastados la puta madre.

    Salut!
    A**

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  2. Anónimo11/11/10

    Vamos por partes:
    Ante todo quisiera entender a qué tipo de botas se refiere al mencionar "salvo unas que estuvieron de moda hace un par de años, de taco efímero y con forma de tetera". No logro imaginarlas.

    Los "zapatos de nena buena" que menciona se llaman "ballerinas" o en un lenguaje un tanto más vulgar "chatas", que, a pesar de ser horrendos pueden llegar a resultar cómodos (tengo un par que sólo uso para viajes de cabotaje, léase ir hasta el kiosco o como empresa muy osada, al supermercado).

    Las "zapatillas de boxeadora" son uno de los calzados menos femeninos que he visto en mi vida. No entiendo como una mujer que se precie de tal pueda usarlos, a menos que sus inclinaciones sexuales sean lésbicas, único motivo por el que puedo llegar a entenderlo. Esas + la camisa leñadora a cuadros + el cigarrillo parisienne o "parucho", son típicos consumos de una chica Rogel o Selva negra. No hay vuelta para mí.

    Las "zapatillas ninja" son las que suelo denominar como "pezuña de vaca" son un insulto a la vista, horrendas, antiestéticas, primitivas. Dicen quienes las calzan que son cómodas, pero no es cuestión de andar vistiendo cualquier porquería por comodidad. Estoy cómoda en pijamas o en ropa interior y no por eso salgo en semipelotas a la calle. Obvio.
    Siguiendo con las "ninja" usted reza: "este deleznable calzado suele verse acompañado por ese aborrecible pantalón que nace ajustado en los tobillos y que, a medida que uno levanta la vista, se va transformando en una gigantesca bolsa de clavos." Las babuchas!!! Por Dios!! Quisiera que alguien me diga si hay una sola mujer a la que ese pantalón de gaucho mal emulado le queda bien! Son triángulos invertidos o rombos caminantes, dependiendo de la morfología corporal de cada mujer, pero no hay una, ni a la más flaquita o super recontra top model a la que le quede bien esa especie de chiripá subdesarrollado. Peor que peor es el que tiene ese buche fofo colgando hasta los tobillos!! Sin palabras.

    Ha omitido mencionar, mi estimadísimo E, esa horrendo híbrido similar a una caparazón de tortuga tiroteada que suelen denominar "Crocs". Mi preguntas son: ¿A qué clase de insano mental se le ha ocurrido diseñar semejante atrofio? ¿En qué cabeza cabe hacer una especie de zueco de uso estival de un material tan ingrato como el plástico? Y lo peor: ¿A quién se le ocurre usarlos? Los jugos que emanen esos pies luego de su uso, tendrán un efecto similar al de la explosión de Chernobyl. Son radiactivos.

    Y a modo de yapa agrego: pantalón de tiro super bajo o calzas extremadamente ajustadas. Las que los usan suelen comprarlos 3 talles más chicos, no entiendo aún por qué. No chicas, no es para todas. Las que tenemos un poco más de "carne" no podemos embutirnos en esas porquerías sin parecer luego cucuruchos a medio derretir o las golosinas gallinitas tan en boga en nuestra infancia.
    Too much. Un espejo por favor, o un amigo, o alguien que de una opinión objetiva y constructiva para evitar que estas personas pisen si quiera el umbral de sus casas tan ridículamente enfundadas.

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  3. Anónimo11/11/10

    Fe de erratas: Siquiera va todo junto. Perdón, mi teclado es un tanto rebelde y me hace cometer esos deslices.

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  4. Pensé que este post lo iban a aprobar sólo los hombres, pero, ahora que lo recuerdo, no hay hombres que lean este blog. Igualmente, sí: el odio a los "pantalones cagados" y a las "pezuñas de vaca" no puede ser privativo de un sexo en particular, sino que pertenece legítimamente a cualquier individuo con al menos cuatro neuronas en activa función sináptica. Paso a responder.

    A**: Si nos trasladamos tan lejos al pasado, hay calzados que no mencioné y que son de lo más abominable que la historia porteña haya registrado. Por ejemplo, a fines de los 90 se usaba masivamente (¡y de manera unisex!) una especie de sandalias onda bíblicas acompañadas de medias blancas. Ignoro tu edad y si llegaste a ver esa moda, pero ese flagelo de la vista fue para mí algo traumático, imágenes dolorosas que ya nunca habrán de abandonarme. Llama la atención que esa moda haya desaparecido por completo: era suficientemente horrenda como para institucionalizarse.

    También estuvo la moda de las alpargatas transplantadas a entornos urbanos. Entre los zurdos hacía estragos esto; se los veía incluso combinar, con total desparpajo, alpargatas con libros. Irónicamente, hace un par de años las alpargatas, aunque no masivamente, volvieron a la ciudad de la mano (o el pie) de De Angeli como símbolo de la oligarquía malvada que bla bla bla bla bla.

    Buena observación: cuando hablé del mecanismo de la ojota olvidé mencionar la inveterada costumbre de hacer palanca con los dedos del pie, lo cual produce, además, un chasquido nauseabundo en la parte posterior. Supongo que lo hacen para sacudirse un poco la mugre urbana que les cuelga del talón, o quizás para combatir el aburrimiento, no sé.

    Jamás vi hombres con pantalón de clavos cagado, y me parecería más lógico ver al Yeti en una ciudad antes que a semejante monstruo. No sé si su uso guardará alguna relación directa con el tamaño del pene, pero con el del cerebro seguro que sí.

    Tengo casi el mismo estilo y número calzados que vos: dos pares de borcegos y dos de zapatillas negras de lona. También tengo un par de zapatillas negras más normaloids, pero tienen un radio restringido: no puedo alejarme a más de cuatro cuadras de mi guarida con ellas. Se entiende que son para ir a toda velocidad al kiosco o a los chinos a adquirir insumos necesarios para la supervivencia.

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  5. V.: Las botas-tetera eran unas botas muy bajitas cuyo pequeño taco tenía la misma forma que el pico de una pava, terminando casi en el medio del pie en vez de a la altura del talón. Fueron una moda de seis meses, prontamente olvidada. Naturalmente, mi ex corrió a comprárselas, de ahí que yo les haya cobrado tanto odio. No hay moda que odie más que la que me pica cerca (recuerdo, hará unos doce o quince años atrás, cuando tuve que tirar mis pantalones camuflados a la basura porque, de golpe, se pusieron de moda).

    Confieso que las a partir de hoy llamadas "ballerinas" me caen simpáticas; es otra de las cosas extrañas e inexplicables que tengo. A mi mente se le figuran como representación de la inocencia, como que las mujeres que las usan no están del todo preparadas para la cruda realidad de este mundo perverso y malvado, como que atrasan un par de siglos. Creo que Alicia la del país de las maravillas y Caperucita Roja las usaban: con eso está todo dicho.

    Sí, se me pasaron los zuecos-colador, pero porque creo que nunca los vi en la realidad, en pies de alguna mujer. El secreto de la moda no es muy complejo: yo agarro de la calle dos soretes de perro, le pago a alguna modelo famosa para que pose con los pies embadurnados con ellos, distribuyo caca de perro por todas las zapaterías, otorgando beneficios económicos si los ponen en la vidriera, y, a las pocas semanas, se podrá ver, en el subte y por doquier, a centenares de minas con las patas llenas de mierda. Y no pueden quejarse: al fin algo les hace juego con la cabeza.

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  6. adhiero a sus postulados estéticos sobre los calzados, sin dudas. saludos !

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  7. Escribiste exactamente todo lo que habría escrito yo si alguna vez hubiera querido hacer un post sobre calzados que odio.

    El otro día en un negocio vi un cartel que anunciaba "babuchas pañaleras". Alguien que compre una prenda que además de ser horrible tiene ese nombre merece..no sé, no se me ocurre ahora, pero se merece algo muy malo.

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  8. Sigfrido: gracias por demostrarme que este blog sí puede llegar a ser leído, cada tanto, por alguien del género masculino. Soy daltónico, pero estaba casi seguro de que el fondo que elegí era más tirando a azul que a rosa. Como sea, en la vida real siempre fui odiado por el 99,8% de los hombres: no veo por qué en el mundo virtual tendría que ser diferente.

    Sil: ayer había advertido que se me había pasado mencionar, en mis respuestas a los mensajes anteriores, que no podía ser que, además de ser unos pantalones asquerosos, encima se denominasen "babuchas". Yo no podría comprar ni una golosina que tuviese ese nombre, y menos algo con lo que voy a transitar por la vida. Ahora, lo de "babuchas pañaleras" ya es demasiado, me deja... azorado, sin aliento. El castigo que merece una persona capaz de introducirse a un negocio y solicitar algo con ese nombre es el de que mucha gente la vea luego por la calle con sus babuchas pañaleras puestas: si tiene un mínimo de orgullo, vanidad, dignidad o auto-estima, tiene que ser castigo suficiente. Si un juez me diese a elegir entre pasar una noche encerrado en una comisaría o caminar diez minutos por una avenida con babuchas pañaleras, elijo el calabozo toda la vida.

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  9. Bueno, no pude resistirme y acabo de buscar fotos de babuchas pañaleras por internet. Es una monstruosidad que amerita la curiosidad de cualquier amante del cine y la literatura de horror. Tras mirar un par de fotos de babuchas, comprendí cómo fueron creadas: son camisas, alguien se quiso hacer el gracioso poniéndose una camisa o remera de manga larga en las patas en vez de en el cuerpo, y surgió la idea de cerrarle el cuello y transformarla en pantalón. La gente que anda en babuchas es simplemente gente con una remera de manga larga en las gambas: de ahí el famoso efecto rombo que su uso genera en el espectador. Inviertan cualquier foto de babuchas, y es un tipo sin cabeza levantando los brazos.

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  10. Anónimo13/11/10

    Claro! Esas son las del buche fofo hasta los tobillos!! Espeluznantes!

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  11. Yo creo que deberías hacer otro posteo sobre medias.

    Si alguna vez alguno de los que venden medias en el subte tuviese alguna con más de medio centímetro de tobillo, posiblemente se la compraría.

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  12. Sí, yo tampoco soporto ni las medias bajas, ni las que se caen. La vida útil de una media no está determinada por sus agujeros y remiendos, sino por la elasticidad o no con la cual se ciñen de manera efectiva a la pierna. Fact. Media que comienza a caerse, media que va a la basura sin mayores ceremonias u honras fúnebres.

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  13. Esas sandalias bíblicas que mencionás las conozco...mantienen su "vigencia" entre cierto grupete de neo hippies y algún que otro piojo del montón. nunca me decidí que era peor, si la combinación de sandalias + medias blancas o las sandalias solas con los dedos negros al aire...todo un tema.
    Volvieron los suecos! ya que estamos en tema...ya sé que mencionarte esto auque venga al contexto te va a hacer sentir putazo, pero no...tranqui...no :p
    Resulta que a mediados de los 90´s se usaban a morir...era común ver a las minitas caminar cual Robocop con semejante calzado. Yo iba a la primaria, y mi vieja me compraba las zapas Event. Un caño. Mis compañeras usaban zuecos, parecian Big Foot con cadera soldada, en serio.

    Ps: tu dato sobre el pañalón-babucha fue interesante...

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  14. La difícil disyuntiva entre las medias blancas y los dedos negros, que pueden llegar a moverse como un xilofón mientras el tipo se chamuya una mina, nunca había asomado a mi mente. Gracias por esclarecerme; ahora creo que, por lo menos, les debo a esas medias asquerosas unas tardías disculpas. Que esperen.

    La verdad es que ni recuerdo la moda de los zuecos. ¿Mediados de los noventa? Vaya uno a saber por qué órbita andaría... Sí recuerdo un claro antecesor del actual virus ninja: hubo una época, no sé cuándo, en la que todos los modelos consagrados de zapatillas femeninas empezaron a salir sin talón, azuecados. Creo que hasta las Topper blancas fueron víctimas del flagelo, aunque por ahí estoy exagerando un poco.

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  15. Anónimo8/4/14

    Aqui les dejo un link donde pueden ver un ejemplo

    http://adf.ly/j3uBC

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