El leer este blog es perjudicial para la salud. Ley No. 43.744.

Radiografía de un outsider IV

Contra todos los pronósticos, ha llegado por fin el extraño día, profetizado por inverosímiles ancianos druidas que conversan con cuervos y lobos, en el que los astros en lo alto, alineados tras el paso de milenios, reproducen finalmente las coordenadas de la misteriosa llave espiritual que abre los plúmbeos portales de mi memoria a efectos de dejar salir, de las fúnebres sombras de un pasado olvidado, el final de mi antiguo e inconcluso decálogo de datos radiográficos que aspiraban a crear un intervalo entre mi persona y la conciencia de cercanía que podía llegar a elucubrar, erróneamente, el desprevenido lector de estos pergaminos de hostilidad y locura. Así pues, habiendo dado a conocer, en aquellas crónicas desperdigadas a través de las anchurosas planicies de la indiferencia humana, que no uso celular, que no tengo ni miro televisión, que hace más de quince años que no me voy de vacaciones ni a la esquina, y otras significativas irrelevancias de parecida índole, es hora de retomar mi tarea y, embebiendo mi pluma en las tintas de la introspección, culminar con los dos puntos restantes de esta enérgica y ejemplar denuncia contra mí mismo, que se circunscribe, no obstante, a los límites de lo políticamente correcto (tampoco necesito que se libren órdenes de captura en mi contra).

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9. Entre las redes sociales y yo hay algo personal

Sí: admitamos que es un lugar común mostrar manifiesta animadversión hacia facebook, twitter y lo que venga después. Admitamos, también, que blogger no deja de ser algo parecido y que sin embargo lo uso. Hasta acá, lo mío no escapa de lo aceptado, intrascendente y esperable. Pero la cosa cambia cuando examinamos mis razones. No tengo ni facebook ni twitter, no sólo por las poderosas diatribas que podría tranquilamente esgrimir contra su habitual caudal de usuarios, sino sobre todo porque son dos medios cuyas prestaciones se caracterizan por una cualidad de inmediatez que va a contrapelo de la universalidad de mis ideas. Para decirlo con claridad: el filósofo callejero o pensador de las sombras tiene como misión hablar de lo inmutable, mientras que twitter y facebook son espacios para volcar lo inmediato y, por ende, perecedero.

Que alguien con ideas valiosas dé cauce a sus refinados pensamientos a través de twitter en lugar de acudir a un blog equivaldría a que Schopenhauer, en vez de libros, hubiese escrito columnas en un diario. Todo lo escrito en twitter tiene fecha de vencimiento: una semana, en el mejor de los casos. Acaso se trate de un espacio idóneo para aquellos individuos que gustan articular veloces y superficiales palabras respecto de lo cotidiano, de lo particular, de lo momentáneo, de lo candente aunque olvidable, mas no para aquellos que sólo extraen de los hechos y de los fenómenos sus aspectos universales y elaboran ideas profundas a partir de las conclusiones permanentes que el mundo temporal y fluctuante les provee. En twitter uno redacta torpemente su momentánea alegría porque un equipo grande descendió de categoría; en un blog uno inmortaliza, para los lectores del porvenir, su análisis de cómo algo tan intrascendente como un resultado deportivo puede influir en el estado anímico y emocional de rebaños enteros de sujetos que, en su infancia, cometieron la insensatez de, guiados por el azar, delegar a un club y a sus eventuales representantes la potestad sobre sus futuras desazones y alegrías personales.

El caso de facebook es mucho más monstruoso, ya que a todo esto añade un gravitante ingrediente de amistad y de intimidad que seres ariscos y antisociales como yo no pueden siquiera concebir. ¡Ay, mis concepciones estéticas sufren de sólo pensarlo! Todo mi universo se conmueve de horror desde la aparición de esa orgía de rostros y conductas gregarias llamada facebook. Es una especie de ronda de mate virtual que abarca y mancomuna a la humanidad toda. Encima hay tanta gente en el mundo. O sea, lo peor de todo es eso: uno se da cuenta de que hay mucha gente. Más y más y más y más humanos, todos con un nombre y con un apellido y con una cohorte de amigos y con un rostro; más y más y más y más, hasta que parece que nunca se van a acabar. Y pensar que ya con los pocos que había antes de facebook me alcanzaba para querer matarme...

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10. Me es taxativamente imposible usar tela de jean

Y ha sido así desde mis quince años, edad en la que arrojé sin mayores miramientos a la basura mi última prenda confeccionada con esa tela nefasta. Tal rasgo de mi personalidad no encuentra su origen en alguna irracional clase de fobia o en una inusual alergia orgánica, sino que se funda en tres variables perfectamente meditadas que pasaré a detallar de inmediato, razones de peso que me movieron a modificar mis hábitos.

En primer lugar, la variable térmica. Afecto como soy a los climas invernales, comprendí tempranamente que no podíamos coexistir un solo año más, conjugados, el verano, el pantalón de jean y yo: uno de los tres tenía que desaparecer para que mi zona sur pudiese respirar con desahogo. Estando, al menos de momento, fuera de mis facultades la capacidad de ahuyentar el estío, o de correr a piedrazos a Febo y ponerlo en fuga con dirección al hemisferio norte, mis metódicos cálculos arrojaron el inflexible resultado de que, así las cosas, quien debía partir al destierro era el insufrible pantalón vaquero. De modo que, remplazando su pesada y asfixiante tela por la más amigable ligereza de los lompas militares, pude saborear desde entonces el impagable bienestar de no volver a sentir mi región locomotriz comprimida dentro de esa extraña máquina de sudoración infernal que parece haber sido concebida en alguna mazmorra inquisitorial de la Edad Media.

En segundo lugar, encontramos la variable higiénica. Solicito al lector que, deslizando una adusta mano sobre el jean que, con escaso margen de error, adivino que tiene puesto, haga experiencia táctil de la cualidad de su tela. Así es: el jean, por más recién lavado que esté, parece sucio, como si estuviese mágicamente recubierto por una fina pero indeleble capa de perenne polvo. La tela de jean declama mugre: es parte de sus inextricables propiedades. Mi teoría es que el hilo con el cual se confecciona la tela de jean está hecho, él mismo, a partir de la pelusa que forma el polvo en nuestros hogares. Esa pelusa de polvo, cosechada de todos los pisos y rincones del orbe por escobillones industriales, y almacenada luego en depósitos gigantescos, es la materia prima con la que se hacen los jeans que enfundan a diez novenas partes de la humanidad. ¡Efímeros mortales, soy yo el que se los está diciendo! ¿Por qué nunca nadie quiere creerme? Como sea, está probado que cuatro de cada cuatro mujeres con las que salgo usan jeans, así que acaso no sea improbable que hasta yo me haya acostumbrado, a la larga, a imponer mis manos sobre esa roñosa porquería.

Y llegamos finalmente a la tercer variable, la filosófica. Se podrá aducir que la popularización del jean nació como un símbolo de rebeldía: concedido. Pero la rebeldía termina de serlo cuando se universaliza por completo. Estadísticamente, por cada persona que usa traje y corbata, hay, al día de hoy, 264 que usan jean. Puede así decirse que, a esta altura, el jean se ha consagrado indiscutiblemente como el uniforme mismo de la humanidad, detentando casi un abierto monopolio sobre el mercado de las gambas. Cuando los extraterrestres filman películas de ciencia-ficción en las que su planeta se ve invadido por belicosos y voraces terrícolas, tienen por convención cinematográfica ataviar a nuestros ejércitos hostiles no con trajes de astronauta, sino con jeans. Como contrapartida, todas las películas humanas que pintan distópicos mundos futuristas en los que una sociedad alienada y monocroma vive un ocaso de opresión, de vicio o de estupidez, coinciden en excluir por completo, de sus estrambóticas vestimentas, la tela de jean, dando a entender de ese modo, para inmenso regocijo de mi desbordante corazón, que al hombre le aguarda un espantoso y aterrador mañana en el que, al menos, no quedará vestigio alguno del antiguo reinado de esta asquerosa prenda de vestir. Así pues, te lo digo en tu propio rostro, maldito e insaciable jean, tú cuyos botones se asemejan, por su brillo, a los ojos de los tiranos, tú cuya cremallera se asemeja, por sus afilados dientes, a la diabólica sonrisa de los opresores: algún día el hombre, siguiendo mi glorioso ejemplo, se librará de ti. Así está escrito... al menos desde hoy.

10 comentarios:

  1. Siendo lector de estas radiografías, y pensando cuál sería su procedimiento fundamental (a partir de la lectura de todas ellas), creo poder expresarlo del siguiente modo:
    Se trata del intento de una destrucción semiológica. Destrucción de los signos, iconografías y símbolos que contribuyen a la emergencia de una identidad nacional. Ojotas, mates, festejos de cumpleaños, celulares, jeans (signos problemáticos, dispares y heterogéneos entre sí, con historias y usos y derroteros diversos, pero que, ante tu desdén aristocrático, podrían ingresar, simplificándolos en sus denotaciones, en la categoría de artífices de una identidad vernácula, reabsorbida desde los actores que encarnan la moral de los esclavos, (léase pueblo o rebaño); reabsorbida, por tanto sentida como propia por las ovejas).
    Ahora bien, esta destrucción representa algunos problemas, si queremos ir más allá del voluntarismo biográfico o la actitud aristocrática. Las redes sociales se han universalizado (sabemos que lo universal es un particular ampliamente extendido y nada más). En su infinita polisemia y su no menos infinita -gracias Cantor- penetración en las sociedades, ha trastornado el lenguaje del homo sapiens occidental. Sabemos, desde Lacan and company, que el lenguaje produce - digamos exagerando - la conciencia. La gramática de nuestras comprensiones y actos está determinada por los usos del lenguaje.
    Queda mucho por decir y pensar respecto de las gramáticas y las retóricas digitales, en cómo determinan (¿sobredeterminan?) nuestra percepción de lo real.
    Comparación. En un principio, el rechazo aristocrático del cine hizo perder a muchos filósofos interesantes la pericia de observar cómo la sintaxis cinematográfica iba cambiando, poco a poco, las construcciones de la realidad (nociones de tiempo, espacio, etc.) y los procesos sociales mismos (lo político, la publicidad, los fascismos, las masas, etc.).
    Con lo cual, rechazar a las redes sociales es similar, en cierto punto, a estar en contra de la rotación de la tierra. Sucede y sucederá, y toda nuestra visión actual se construye debido a nuestra posición planetaria y a los diversos mecanismos de ilusiones ópticas. Las redes sociales nos constituyen en nuestras subjetividades, de un modo muy arduo de determinar; incluso si, como nosotros dos, las rechazamos de plano. Las redes sociales determinan incluso este post, que incurre en la paradoja de bregar por la destrucción -exagero, lo sé- de un medio, desde el propio medio.
    Igualmente, me siento identificado con tus palabras.

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  2. Por si mi palabrerío fuera poco, me quedó algo más en el tintero: los blogs se identifican con tu caracterización filosófica de facebook o twitter. Y adolecen de los mismos síntomas, más que superarlos.
    Plasman lo contingente, aún a pesar de su engaño de permanencia o su supuesta libertad formal: la forma breve los acosa. Y, a la vez, la estúpida necesidad del bloguero lector hace valorar más los posteos nuevos, en una actitud servil de avidez de novedades.
    Su formato digital, su imperativo de acotación (siempre sentimos que estamos escribiendo mucho bajo estos lenguajes), su lógica sucesiva de apariciones que se valorizan sólo en su momentánea presentación; todo ello lo hace al blog preso de lo contingente, de lo fugaz, de lo perecedero.

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  3. Empezaré advirtiéndote que tu evaluación de mis radiografías parte acaso de cierta subjetividad que se traslada, erróneamente, a mis intenciones: no figura entre mis objetivos conscientes nada parecido a destruir (o renegar de) los símbolos de una supuesta "identidad nacional". El hecho de que dichos símbolos pertenezcan o no a una nación, y que ésta resulte ser la mía, es meramente incidental. Me debato contra lo que me rodea, sí, pero sin esmerarme demasiado en visualizar si estoy nadando contra la corriente nacional o contra la universal. Mi odio al mate puede resultar problemático para los guardianes de lo nacional y popular, es cierto, pero en mi odio al celular no puede hallarse en modo alguno la más nimia veta de cipayismo. Al contrario: acaso mi odio al celular represente una cerrada defensa del natural gauchesco, de la eterna perspicacia argenta para vivir con lo puesto, y para sacar recursos de lo impensado, frente a la hostil llegada de las comodidades y facilidades propias del ya aburguesado mundo sajón. ¡Juiiiiira esos aparatos de mandinga!!! Mah qué celular ni celular: si estás perdido en medio de la pampa, arreglate con un facón y unas boleadoras, canejo.

    En cuanto a las redes sociales, ojo: reniego de ellas en cuanto al uso, pero no en cuanto al conocimiento o a servirme del nuevo lenguaje que generan para elucubrar novedosas creaciones. Como ejemplo, repondré ahora (momentáneamente, como ilustración) mi anterior entrada, a la cual eliminé porque decidí que no cuadraba mucho dentro de este blog un homenaje literario a Villiers de L'Isle Adam escrito desde las nuevas posibilidades que el mundo de las redes sociales ofrece. Es así: no las uso, pero no dejo de servirme de ellas para crear. Y hasta las vuelvo a mi favor en la vida real, adjudicándoles un valor estigmatizante para transformarlas en armamento: hace un rato, me fui de un ensayo de mi banda alegando que era el último porque el cantante ya transformó la sala "en un facebook": demasiadas amistades, no me banco que haya tanta gente. Hasta el invierno del año que viene no toco más. No pudieron contrarrestar mis razones: era un facebook.

    Por último, es algo que no niego el hecho de que, en general, el blog participa hasta cierto punto de esas cualidades que adjudico a facebook y twitter, pero depende de cómo se lo emplee. Un blog de poesía no es (o no debería ser) algo momentáneo o sujeto a los avatares de la vida cotidiana. Yo mismo tengo un blog oculto que es en realidad un libro, y que por consiguiente no tiene casi ni un lector, y menos aún gente comentándolo: porque su naturaleza es la propia de otro medio. El hecho de ser publicado en un soporte digital no alcanza a robarle su identidad ajena a la dinámica de estos ámbitos interactivos. En cambio, facebook o twitter no brindan de ningún modo esa posibilidad: dependen sí o sí, ya que no de una respuesta o un "Me gusta" céleres, al menos de una LECTURA inmediata. A ningún cholulo puede interesarle hoy lo que escribió Polino en su twitter el 8 de mayo del 2010. En cambio, al amante del arte no le importa la fecha de una poesía publicada en el blog de alguien que tiene, o tuvo, algo profundo para expresar: permanece.

    Quitando estas tres salvedades, avalo el resto de tus palabras. Pero coincidir no tiene tanta gracia, por eso es algo que se despacha más rápido. Se entiende.

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  4. Sí, sí. Pero de lo que se trata es de no coincidir, ¿no? Por eso hincho las guindas cuestionando tus post, porque sé que te puede llegar a interesar ir más allá del: ay, buenísimo, che, recopado lo que escribiste, etc.
    Más allá de coincidir en estética y poética.
    Yo creo que, en la posteridad, todas tus radiografías pueden ser retomadas desde el proyecto de la destrucción planteada. Sólo tiene que persistir un crítico en tal sentido. Yo entiendo tu perspectiva biográfica, pero qué vas a hacer, el vértigo hermeneútico es así. A eso, también se le puede añadir tu intención consciente: el uso creativo de los lenguajes digitales en la vida real.
    Respecto del celular. Arduo tema. Esta pedorra identidad global produce que se resignifique, en cada punto del mapa, un signo de la cultura hegemónica y ese signo pase a participar de la construcción de una identidad cultural particular; por ejemplo, la porteña (no otra cosa es una hegemonía: una particularidad que se impone a otras). Así como el mate, el jean y la bandera en distintas jerarquías, diversas genealogías y derroteros, constituyen el frágil perfil de la identidad actual. Hecha con costuras foráneas y autóctonas, tal como en todas las metrópolis globalizadas.
    Por eso, aunque celebro tu anacronismo nacionalista como respuesta, ¿qué va a hacer, canejo? El celular es al joven argento lo que el mate p´a al gaucho. Y los guardianes de lo nacional y popular ya lo están incorporando a su acervo.
    Otra. ¿Dónde consigo tu libro de poemas?

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  5. Por supuesto que no se me escapa el carácter dinámico y cambiante de las identidades nacionales, de ahí que no me haya servido del gaucho en ninguna de mis radiografías y que recién lo haya sacado a relucir ante la sorpresiva acusación de "destructor de valores nacionales". Como destructor de valores me reconozco, es en parte la segunda metamorfosis del creador (y mi favorita), pero he de advertir que jamás me pongo a revisar si esos valores obedecen a la tradición nacional o a la novedad importada. El día de San Patricio y la ronda del mate me generan, inequívocamente, el mismo nivel de rechazo. Pero decir hoy día que la festividad de San Patricio tiene algo que ver con la identidad nacional es, por lo menos, apresurado.

    Lo del blog de poemas lo dije a modo de ejemplo, la poesía nunca fue lo mío. Mi libro es un compendio de blasfemias satánicas y alucinadas, en el estilo de Maldoror, pero se halla inconcluso y en perpetuo reclamo de correcciones, de modo que de momento conviene dejarlo descansar en la estancada oscuridad de su escondite místico.

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  6. Última aclaración: nunca quise acusarte de nada, tan sólo describir un procedimiento. Aparte, desde mi lenguaje, un destructor de los valores nacionales sería en términos positivos, como bien decís, un creador. Y, más que una acusación, si lo plantemaos en términos valorativos, sería un elogio.
    Creo necesaria la existencia y promoción de todo tipo de ámbitos en los cuales se pongan a relucir la precariedad de las construcciones de los símbolos destinados a las identidades (individuales y colectivas). Ése es trabajo del poeta, del artista o del pensador de los márgenes.
    Coincido con el ejemplo de San Patricio.
    Saludos.

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  7. Tengo facebook, uso jeans a diario... espero que no lleves adelante tus maquiavélicos planes de limpieza ideológica o imagino que terminaré en un campo de concentración. Tal vez, en honor al frágil contacto que supimos mantener, me distingas del resto de mis compañeros de celda concediéndome el uso de un fresco pantalón militar para vestir durante mis últimas horas de vida.

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  8. No, soy demasiado extremo para eso: las limpiezas ideológicas no tienen épica, se las dejo a los moderados como Hitler (que al lado mío es de centro-derecha) o Stalin (que al lado mío es de centro-izquierda). La épica byroniana consiste en padecer uno mismo por puro gusto, en herética soledad pero con mirada desafiante, la intolerancia ideológica del animal humano en su totalidad.

    Bah, para qué hacerme el cordero cuando soy un amo de lobos: la verdad es que ya estás en un campo de concentración, compartiendo cautiverio con el resto de la humanidad, mientras el trabajo los hace libres, y mientras yo río demencialmente en mi impenetrable búnker de soledad e incomprensión.

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  9. hoy ser rebelde sería retirarse absolutamente de la sociedad y callarse. mientras de algun modo estemos en ella, blogs, facebook, twitter, o lo que sea, de rebelde nos queda poco. somos burgueses jugando a ser rebeldes.

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  10. Discrepo: retirarse de la sociedad y sumirse en el silencio no es rebeldía, sino misantropía. Es lo que hizo Timón en Atenas, y es posible que yo haya pasado varios años imitándolo. Pero la actitud de dejar la pasividad del retiro y criticar a la sociedad desde adentro, despreciando la gran mayoría de sus dones y comodidades, es una actitud más propia de la escuela cínica, de Diógenes de Sínope, Menipo. Es innegable que hay cierta rebeldía en no usar celular, no tener tv, ser semiempleado independiente para no pagar ningún impuesto salvo el iva, etc. Quizás seamos rebeldes jugando a ser burgueses.

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