El leer este blog es perjudicial para la salud. Ley No. 43.744.

Los hijos del almanaque

Como diría Eli Wallach, en el mundo hay dos clases de hombres: los que aman el frío, y los que aman el calor. Los que prefieren el invierno, y los que prefieren el verano. Si nos paramos a pensarlo un minuto, los porcentajes son muy dispares: por cada individuo que decanta sus simpatías hacia los climas gélidos, hay cuatrocientos noventa humanos que optan sin hesitar por el calor, y otros nueve que dicen gustar del invierno pero porque adoran la campera, la bufanda, la cucharita en la cama, el guiso y la calefacción... o sea, porque aman el calor. No es esto último nada novedoso: así como el hombre vive escondiéndose del agua de la lluvia y, no obstante ello, su mayor felicidad es precipitarse en verano a la costa para zambullirse en la sucia agua del mar, también detesta los treinta grados de calor y, no obstante ello, se ha estudiado que durante el invierno soporta con alegría, debajo de su campera, cuarenta y cinco.

Pues bien, huelga predecir que, ante este panorama, mi presente entrada se perfila hacia la categórica e insípida declamación de que, a diferencia de las ingentes mayorías, yo sí gusto del invierno por el invierno en sí. Renegando de las estufas encendidas, llevando ya casi veinte años sin ponerme una campera (y esto porque hasta mi pubertad todavía tenían mis mayores algún tipo de poder fáctico como para imponerme obligatoriamente su uso), tiritando por placer bajo mi negra camisa arremangada en los más gélidos días de invierno, puede establecerse, sin mayores reparos, que soy un verdadero virtuoso en el abstruso arte de cagarse de frío.

Es sabido que mi comunicación con el género humano es prácticamente nula. Sin embargo, existen dos comentarios que constituyen la principal vía de abordaje que el mundo tiene hacia mi arisca persona: en primer lugar, las viejas que me señalan lo alto que soy; y, en segundo, los individuos pertenecientes a todas las clases sociales y estamentos etarios que me formulan la asombrada pregunta de si no tengo frío. La respuesta es sí, tengo frío, pero lo disfruto. En dos meses ya vuelve el insoportable calor, húmedo, pegajoso, animal, somnoliento, ojeroso, aniquilador de la razón y del pensamiento elevado, estupidizador y multiplicador de las masas, y sería trágico advertir que el invierno pasó de largo sin que uno sacase provecho de su mágica y fortificadora aunque fugaz presencia.

Vamos a decirlo sin pelos en el teclado: el estío es, al menos aquí, un claro sinónimo de carnaval, de Camboriú, de scola do samba, de festividades cristianas, de programas de chimentos que se mudan a Mar del Plata. Dos cosas, sólo dos, pueden aducirse a favor del verano. Primero, la gente se va a la costa y la ciudad queda semivacía... situación que a los noctámbulos como yo no les sirve de mucho porque, bien lo sabemos, la calle lo mismo está mucho más infestada de cucarachas humanas una tórrida noche de verano a las 4 de la madrugada que una helada noche de invierno a las 23. Y segundo, en aspectos un poco más nacionales y populares, las mujeres comienzan a salir a la yeca en bolainas... situación que tampoco sirve de mucho a los seres que encontramos más seductora una mina con botas y ropa sugerente que una que chancletea afanosamente hacia los chinos.

Pero todo esto es un vano preludio que viene a demorar el verdadero motivo de esta entrada: es mi deber denunciar ante todos, de una buena vez y para siempre, a los aborrecibles humanos que se rigen por el almanaque para abrigarse. Me refiero a esas personas que, porque el calendario los anoticia de que se hallan en pleno agosto, proceden a enfundarse en los más gruesos y vistosos camperones del mercado para de inmediato partir hacia sus tareas cotidianas sin reparar en que, en realidad, afuera está haciendo treinta grados (pues se ha producido ese fenómeno meteorológico que consiste en la intempestiva aparición de varios días de calor en pleno invierno).

No es excusa alegar que salieron muy temprano de sus hogares, pues es objeto de nota el que, durante todo el resto de la jornada, jamás se sacan sus camperas, sino que permanecen embutidos en ellas hasta el preciso instante en el que cruzan algún umbral de destino. Uno se sube al colectivo, reflexionando en sus imperiosos asuntos, y de golpe advierte que una extraña vaharada sale a recibirlo. Lo de siempre: una docena de pasajeros sobreabrigados, a baño maría, ocupan plácidamente el transporte. Cada tanto alguno de ellos, tras macerar bien, bajo su campera polar, un poderoso potaje de sudoraciones tóxicas y hedores penetrantes, se baja un poco el cierre de su abrigo a efectos de compartir, con encomiable generosidad, su guisado corporal con el resto de los circunstantes, que degustan sumisamente ese especioso plato de autor.

A pesar de que se transpira más, en verano este fenómeno no se verifica tan seguido dado que, gracias a la soltura de vestimenta, la mayor parte del sudor se volatiliza casi de inmediato; pero durante los sofocones invernales, el pernicioso uso de campera genera un efecto invernadero y propicia así que esas sudoraciones se condensen, compriman y estacionen entre la piel y el abrigo, todo lo cual, al llegar el fatídico momento de la apertura de cierre, se traduce en un resultado poco menos que homicida.

Vaya pues mi insalvable repudio a esta funesta clase de personas, a esta inefable casta de armas químicas ambulantes, a estos hijos del almanaque cuya antisocial conducta reduce a una magnitud casi inofensiva la mayoría de los aleves crímenes contra el género humano que, en mis violentos extravíos de locura, tuve el buen tino de cometer. A diferencia de aquellos otros insufribles que caminan con paraguas bajo la zona techada de la acera, no hay forma de guarecerse de estas alimañas, no hay manera de hacerles frente y vencerlas. Muchachos: estamos derrotados de antemano. Si un pendejo va en el colectivo escuchando cumbia a todo volumen, lo asustás un poco y fue, la apaga. Pero contra estos que destilan delirantes pócimas bajo sus innecesarios abrigos, contra estos que cocinan peligrosísimos barbitúricos olfativos bajo las siete capas de protección térmica con las que procuran calentarse en esos días de clima estival que se dan cada tanto en pleno invierno, nos hallamos completamente inermes, condenados a padecer, pasivamente y en silencio, un destino inexorable. Ya he comprobado que punzar con una aguja sus grotescos camperones aerostáticos, para ver si salen despedidos hacia la estratósfera como un globo pinchado, no sirve.

No hay nada que hacerle: la humanidad tiene olor a campera.

12 comentarios:

  1. Revelador escrito.
    El tema del frío y del calor me toca, como primer medida, por una afección orgánica que padezco mínimamente: hiperhidrosis. O lo que es lo mismo: cuando se pasa la barrera de los veintiseis grados, me cago de calor y sudo cual cerdo. Sobre todo en mi frente, emblema del estigma.
    Siendo flaco y alto, el calor me transforma en un obeso paranoico, con mejillas rojas y aislamiento. Con lo cual, en principio, mi organismo acepta el invierno como su merecido descanso a tanto escarnio, como el fin de las preguntas estúpidas sobre mi salud y miradas de pena por las gotas deslizándose entre mi frente y pómulos.
    Te imaginarás el ingreso a los colectivos lo que me representa: sofocones terribles, gente aprisionada en tétricas estructuras térmicas, ventanas cerradas. Comienzo a transpirar, con temperaturas bajísimas en el exterior.
    Pero, ya de muy chiquito, encontré en el invierno también mi clima espiritual, gracias a Lovecraft, Poe, Maupassant y Baudelaire, entre otros. Y, a la vez, descubrí en el verano la confirmación de la alienación: nadie es un excelente preso si no cree ser libre. En el verano, el rebaño cree poder desnudarse, viaja a esos lugares siniestros a apilarse frente a un mar, disfruta quince escasos días fuera de sus ocupaciones. Los pastores liberan a sus ovejitas y las ovejitas se creen hijas pródigas. Brotan las canciones del mal y las sonrisas de los mercaderes.
    Yo creo que, si elegiera suicidarme, lo haría en pleno verano, volándome la tapa de los sesos, ¡oh, sangre redentora!, en medio de una reunión feliz en una playa o en una peatonal desbordada.
    Saludos, gran post.

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  2. Admito que también en mí obran, solapadamente, cuestiones de salud para volcar mis preferencias hacia los climas gélidos, más allá de las razones estéticas. Aboliendo todas las antítesis existentes entre, según recientes comicios, la persona más popular del país y quien acaso sea el sujeto más impopular de todos, padezco hipotensión crónica, o sea que, a toda la somnolencia y disfuncionalidad que el estío conlleva per se, debo sumar cierta cuota de mareos y de obstáculos entre mis ambiciosos proyectos y mis reales posibilidades. Esto por no mentar mi eterna guerra con el sol, que ha llevado a numerosos esbirros de la ciencia dermatológica a prohibirme expresamente, bajo la pena de óbito inmediato, la exposición de mis lunares a la más mínima invasión de luz solar. No obstante lo cual, es más asco que miedo lo que me infunde el verano.

    Como sea, creo que a veces pecás, llevado de una legítima costumbre, de adscribir al capitalismo más crímenes de los que el capital positivamente comete. Es decir, si fuera por los mercaderes, el rebaño trabajaría de enero a enero, sin jamás asomar la nariz fuera de la opresiva factoría a la que acude para ganar su cotidiano malvivir. Si, emulando más los éxodos stalinistas que ningún otra cosa, el rebaño se pone el corral entero sobre sus hombros y lo traslada, con toda su mugre y embotellamientos, a La Feliz, es porque el movimiento obrero mismo, él solo, ha sabido CONQUISTAR ese espejismo de libertad que el capitalismo permite muy a regañadientes y desgano (y esto sólo en aras de los intereses pecuniarios de los mercaderes marplatenses). Así pues, en tu voluntariosa construcción del Malvado Opresor, invisible pero omnipresente, opino que subestimás un poco la estupidez propia e intrínseca de las masas, presas de sus instintos gregarios y de su principio de emulación. Son ellas las que lo han exigido así.

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  3. Sí, es cierto lo que decís.
    Tal vez quiera, después de todo, exculpar a las ovejitas de querer ser ovejitas.
    Habría que preguntarse, no obstante, si las ovejas persisten en ese ser que le adjudicás (principio de emulación, instinto gregario, etc.) o esas caracterizaciones no aparecen distorsionadas por prácticas culturales a las cuales apelás a la hora de pensar como estúpidas en la estupidez de las masas. Yo podría decirte que naturalizar el estado de un conjunto humano es simplificar el análisis. Tal vez, si se quitaran ciertas coacciones, si se levantaran ciertos cerrojos, el rebaño no trabajaría de enero a enero.
    Pero no sé, son todas suposiciones.
    Ahora bien, supongamos que sí (así lo creo, eh), para defender al indefenso rebaño, necesito una construcción antagónica, demonizada ad hoc: el capital y sus representantes. Uf, típico tic marxistoide.
    Aunque, por otra parte, pareciera ser que toda ontología de los discursos revela este pecado. Es decir, al cavar bien la tierra de los argumentos de todo texto, encontramos un sistema de oposiciones excluyentes. Uno de los términos se afirma negando (excluyendo) al otro. Y no se trata de una relación dialéctica, mal que pese a mi corazón de estalinista dogmático.
    Ocurre que, dada mi torpeza conceptual, las costuras de mis palabras se ven con más facilidad. Los antagonismos discursivos que reproduzco se ven más rápido.
    Pero no hay sutileza que valga: decir que las masas son estúpidez es muy parecido a postular la maldad del capital.

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  4. Es que nadie niega que esos antagonismos dialécticos se cimenten en ciertos estratos de verdad: es muy posible que, nueve de cada diez veces, el capital, si no por maldad consciente, al menos actúe por intereses egoístas que no favorecen en nada al conjunto humano y que puedan, por consiguiente y según desde dónde se miren, catalogarse como malicia; y es muy posible que, nueve de cada diez veces, el rebaño, si no por estupidez rampante, al menos actúe por instintos irracionales que obran en su propio daño o en el mío y que puedan, por consiguiente y según desde dónde se miren, catalogarse como estulticia.

    Lo único que yo hice, al analizar el tema de las vacaciones remuneradas por medio de las cuales (deliremos un poco) se abortó para siempre la ya tangible revolución que se venía, fue intentar rastrear, con más o menos suerte, si su origen se encontraría en la malicia del capital o en la estulticia del rebaño. No hace falta repetir mis conclusiones. Y es que el código de mi orgullo señala que, para tener un enemigo, hay que saber hacerle justicia, esto es, inculparlo sin piedad por los crímenes (estéticos, morales or whatever) que comete, pero saber defenderlo cuando se lo acusa de un delito que no cometió.

    Para acercarnos un poco más a la verdad del asunto, tomemos a "La Feliz" como caso testigo y vamos a decirlo: Mar del Plata fue un invento del primer peronismo. Para sostener la teoría de que todo es un plan perverso de ávidos mercaderes, tendríamos que hacerlo poner muy nervioso a Mafalda Feinmann. Ya consideremos al peronismo como un precursor del maoísmo o como un avatar latino del fascismo mussoliniano, lo innegable es que fue un fenómeno de masas, no un invento del capital.

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  5. En principio, no creo que mi descripción de los antagonismos (excluyentes) que atraviesan los discursos (y discursividades) pueda reducirse al relativismo epistemológico que se desprende del primer párrafo de tu comentario.
    Pero, bueno, el eje “malcapital – estulticiarrebaño” resulta simpático, aunque tampoco me interesa ningún maniqueísmo. Los mercaderes son, también, esclavos del capital, de sus circuitos, reduplicaciones y ritos. Permitíme ponerme, entonces, mi traje de Mafalda Feinmann (jaja, buenísimo eso):
    El capital no es nada diabólico. Es una contrapraxis, una totalidad (o sea, algo que es siempre lo que es). El capital fue forjado, paradójicamente, por la actividad territorial y económica humana y, en su devenir agente práctico-interte, se transformó en un factor autónomo del hombre, una contrafinalidad.
    En términos filosóficos: el hombre, un ser que siempre es lo que no es y no es lo que es, es interpelado y coaptado por una formación que siempre es lo que es (en nuestros tiempos).
    Y, en esa lógica, mercaderes y ovejas son igualmente esclavos, cómplices y víctimas. Mar del Plata es hija del capital y de la oveja.
    ¡Esclavos, cómplices y víctimas los defensores también de la moral del rebaño y la moral de los señores! ¡Oh, no hará falta recordar cómo el amo disfruta, en su condición de parásito, de los bienes producidos por los esclavos! En su pretendida autonomía trágica, el señor depende del trabajo hecho por las ovejitas y, sin ellas, no podría sobrevivir (comer, leer heroicos libros, escuchar heroicos conciertos). Oh, heroísmo. ¡Pretender aislarse, inmolarse, esculpirse frente a ellos! Pura retórica, che.

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  6. ¡Pobre rebaño, cuánto sufre, y todo para que malvados como yo, encima, lo critiquen en vez de agradecerle de rodillas su renuncia de vida labrada en pos de nuestro mal habido bienestar terrenal! ¡Oh, cuánta plusvalía pesa en mi macabra conciencia, cuánto ninguneo al heroísmo de las alpargatas, cuánto desagradecimiento al tipo que conduce el colectivo a casa!

    Como fuere, sería una apostasía para el filósofo, a la hora de emitir algún juicio sobre el funcionamiento del mundo, inclinar las pesas de su balanza según los intereses devengados de una culpa de clase o de cierta simpatía hacia sus compañeros de esclavitud. ¿Debe el pensador rendir vasallaje a la sociedad en la que su subsistencia es posible? Sólo si quiere cambiar filosofía por militancia.

    Tragedias y heroísmos aparte, que creo que no vienen al caso porque moral y clase social no van de la mano (hay moral de esclavo en el obrero, en el terrateniente, en el parásito progre y en "el que mata tiene que morir", así como no es raro el lumpen barra brava con moral de señor, que divide el mundo en valientes y cagones, no en buenos y malos), al capital lo que es del capital, y al rebaño lo que es del rebaño. No hay lugar para romanticismos solidarios cuando tan sólo se busca especulativamente la verdad y se quiere ser ecuánime. Salú.

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  7. Sí, maldito de vos por no rendir tributo al colectivero.
    Respecto del filósofo, estimo que partís de una concepción un tanto inmaculada de su actividad y capacidades. Pues, cuando "emite" algún juicio sobre el funcionamiento del mundo, ya sus pesas se inclinan según sus intereses (o culpas o cuestiones fisiológicas o de clase).
    No creo que el filósofo deba rendir vasallaje a la sociedad que le permite pensar en cosas "profundas" (no quise decir eso), ni aún si se hace militante. En este último caso, debería incluso realizar lo contrario: buscar la destrucción (superación) de esa sociedad. Si se trata, de vuelta, del filósofo -esta es mi óptica -, deberá pensar contra sí mismo.
    Por otra parte, no encuentro el lugar desde donde podría pensarse una ecuanimidad. Tampoco sé qué relación se establece entre la búsqueda especulativa de la verdad y el ser ecuánime.
    Todo parece más bien producto de cierto idealismo subjetivista (romanticismo en sentido preciso), que ignora las condiciones materiales de su pensamiento; incluso, la dependencia entre las primeras y éste. Tal vez no las ignora (hablamos de las condiciones, ¿no?), si no que construye ficciones como si la ignorara.
    Esas ficciones se basan, entre otras cosas, en la afirmación trágica de sí, en el pensamiento alucinado, abstracto.
    En fin...
    El verdadero punto en donde se dirime nuestra batalla pensante -para mí- es éste: ¿argumentamos desde una ontología de la emancipación social? ¿O, como a nadie le interesa eso (menos a quienes debería interesarle), postulamos una ontología de la autoafirmación individual?
    Confieso mis contradicciones aquí: como artista o poeta sigo en la última opción. Ahora, como pensador o filósofo -que piensa contra sí- no. Y no porque me conmueva ninguna ovejita, sino porque sospecho que toda la construcción del malditismo (aunque hacia fuera se muestre como trágico) supone una estructura de conformismo para con la psicología del artista.
    Artista que se siente bien en la soledad y en el delirio, pero que es incapaz de dar cuenta, fuera del idealismo subjetivo, de sus posturas.

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  8. Sucede que, si caemos en la postura de negarle todo valor objetivo y puro al pensamiento bajo la certeza de que éste viene condicionado por si tuve una buena o mala digestión o por si en la borrachera de ayer perdí tres neuronas más o tres neuronas menos, entonces la filosofía misma queda bajo un manto de sospecha que la anula por completo y que no nos deja, acaso, otro camino más que volver a la digestión o a la ginebra. Por tanto, si uno va a aceptar la mera posibilidad de la filosofía, del pensamiento, debemos abstraernos de las alteraciones que puedan ser obra de lo fisiológico, o de la historia personal, y saber llamar "objetivo y puro" a algo que sin duda no lo es del todo pero que intenta asemejársele, como bien decís vos, arremetiendo contra la propia paz en caso de ser necesario.

    Ahora, grande es el abismo que media entre dichas cuestiones y la de caer en una frase del tipo: "Mi conclusión es tal porque, aunque la verdad sea posiblemente otra, debo mostrarme favorable al pueblo laburante y/o gobierno y/o multimedio y/o empresa y/o religión que me permite el buen pasar del cual disfruto y/o con cuyas penurias me solidarizo".

    Para simplificarlo, estamos hablando de la diferencia entre el pensamiento como fin en sí y el pensamiento como medio para un fin ulterior. La militancia, los deseos de emancipación social para romper con el conformismo individualista, etc., no implican un pensamiento como fin en sí mismo, sino todo lo contrario. Entonces, esa postura de inconformismo es válida, pero siempre y cuando reconozca que, al volcarse a una actitud de compromiso con el medio, adquiere, lo quiera o no, un nuevo fin. Como dije antes, abandona el sendero, puro o impuro, de la filosofía para internarse en las avenidas de la militancia.

    El caso del arte es completamente distinto, pues la búsqueda de un medio de expresión, sea éste subjetivo (Byron) o tirando a objetivo (Shakespeare), obedece a distintas reglas que las que regulan la búsqueda de la verdad. La verdad, que el filósofo busca tal vez en vano, es inamovible. El arte, en cambio, sea arte moralizador, arte militante, arte autoafirmativo, o arte por el arte, es siempre (y debe ser) producto personal e irrepetible de un individuo.

    Y, a este respecto, si se me permite volver a lo de antes y, sin ánimo alguno de agresión, explicar mi postura contra el evangelismo socialista en las artes, creo yo que el artista que insulta al rebaño que lo sostiene no cree al pueblo tan estúpido como el artista que, en vez de limitarse a oír a ese pueblo, decide hablar por él o acude raudo a concientizarlo y a velar por sus presuntos intereses conculcados.

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  9. soy un amante del invierno hasta mi muerte. detesto el calor y el verano en esta humeda ciudad. saludos.

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  10. Vaya regreso con gloria: volviste y fuiste millones. De verdades, al menos. Se desprende, de tu poesía, un hecho irrefutable: el animal humano adopta con naturalidad conductas que son fácilmente observables en las cucarachas, lo cual viene a demostrar que, en algún punto de la evolución, ambas criaturas tuvieron algún antepasado en común... aunque sea alguna ameba o ácaro prehistórico, qué sé yo. Por eso es común a las dos especies ese vago impulso instintivo que, traducido a palabras, podría interpretarse más o menos como: "Qué lindo, qué calor pegajoso y sudoriento que hace, me sudan a full las bolas/antenas, al fin puedo salir de mi madriguera y correr alborozado a fundirme con mis semejantes". Un asco. Y como no tienen excusa para salir, porque ya sacaron catorce veces al perro, o ya fueron al super doce veces, entonces inventan el carnaval, el veraneo en la costa, la feria hippie en la plaza, y toda una inagotable gama de actividades netamente pelotudas que les permitan justificar su presencia en donde quiera que vean que se concentra un gran cúmulo de gente. Porque encima eso: no conformes con salir un día de 38 grados, en seguida corren con desesperación a donde vean que haya una gran concentración de masa humana que les prometa al menos cuatro grados más de calor, acompañados del omnipresente aroma a sobaco y bolainas de rigor en tales circunstancias.

    Por lo demás, se ha comprobado que, de las conversaciones sobre el clima que se producen a diario en el mundo, un 82.7% tienen lugar en los ascensores. Estadística pura. Salut.

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  11. Entonces...desprendiendo: el fín de la raza humana jamás llegará. Tomá eso Nostradamus, Mayas, Egipcios y...giles en general que hablan de predicciones!!!

    No cubrí el tema de la concentración. Lo detesto también, claro. El mejor momento para salir de la caverna es el Domingo a la noche, pasadas las 20 hs.Baires es una lind Ciudad, la gente la caga, obvio. En ese día a esa hora podés salir con una birra y pucho en mano a estirar las gambas y apreciar el verde de tu plaza de barrio...2 o 3 perros boludeando a lo lejos..luces mortecinas...cool. Podés incluso mariposear por los Bosques de Palermo..libre de skaters treintones y hippies..yo que sé cosas así. Si, me gusta mi puta ciudad...suelo apreciarla particularmente los domingos aprimera hora, cuando cmino bastante quebrad por Congreso y zonas aledañas...zonas vacías de gente esa hora. Alzo la mirada para contemplar El Molino completamente abandonado...entre escombros. Testigo arquitectónico de tiempos mejores, mucho mejores. Me amargo y huyo a mi catre.

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  12. La raza humana es un cáncer que no tiene cura: sólo la muerte de la Tierra puede poner fin a semejante tumor. Pero rezá para que no hagan antes metástasis en algún otro planeta, porque los hijos de puta son capaces.

    Intachables tus impresiones sobre la ciudad. Mis habituales escenarios de merodeo nocturno no tienen mucho interesante para mostrar, pero al menos suelen estar fumigados de vida en un porcentaje casi óptimo. Cada tanto te cruzás con un garitero, que escucha una radio inentendible en el medio de la nada, o con un gato que araña una bolsa de basura y te mira con recelo cuando le pasás por al lado, pero no mucho más que eso. Pero de golpe se hace pleno verano y no, cada treinta pasos algún rostro repelente, marcado con todos los estigmas de la idiotez humana, tenés que ver. Entonces me encierro en mi guarida hasta que la temperatura los fumigue de nuevo. Salutem.

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