El leer este blog es perjudicial para la salud. Ley No. 43.744.

Haga patria: mate a un pobre

Antes de que enjambres enteros de progres comiencen a abatirse sobre mí, erizados por el título políticamente incorrecto de este post, que tanto indigna a sus morales superiores, ah, ellos, los inapelables santos rectores del siglo XXI, debo solicitarles que lleven a cabo una meticulosa relectura de ese mismo título pero teniendo presente la noción de que me apresto a realizar, por fin, inspirado por ciertos comentarios de la anterior entrada, un concienzudo y pormenorizado estudio de ese misterioso y sacralizado brebaje que recibe, de sus devotos acólitos, la ya mítica denominación de "mate".

Dando por superfluos todo tipo de divagues preliminares, me adentraré sin más en este furioso ensayo que se promete tan esclarecedor cuan provocador de conciencias adormecidas que no dudarán un instante en abandonar su eterna siesta y abulia matera para, poniéndose de pie, insultar y maldecir sin pausa mi desconocido nombre hasta el lejano fin de todas las centurias venideras.

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Hacia una genealogía del mate

Sacando fuerzas hasta de las últimas fibras de mi temple, me veo obligado, muy a mi pesar, a acometer el doloroso desafío de narrar, desde un comienzo, toda la negra tragedia de mi vida. Arrostremos, pues, la tarea de manera expeditiva. Fui concebido por accidente; desde mi confortable butaca en el útero materno, asistí, como mudo espectador, al apresurado casamiento de mis padres; finalmente, cumplí, siguiendo a pies juntillas el universal libreto de la vida, con todo el estúpido trámite y la burocracia del nacimiento, llenando de incomprensible gozo el pecho de mis familiares. Pero entonces comenzaron mis desventuras e infortunios. Se me confinó a un nombre que yo no había elegido; al poco tiempo, se me bautizó en una religión que no era la mía; y, por último, para coronar la espantosa comedia, se sacó provecho de la debilidad de mi aún incipiente intelecto infantil y, contrariando mi voluntad y vulnerando todos mis derechos a una elección madura al respecto, se me inoculó mate. Tras semejante infancia, como para que no terminase odiando a mi familia.

Pero demorémonos en las fatales circunstancias de ese último hecho. Cierto día pude observar, aunque sin comprender todavía las razones del fenómeno, que mis familiares se hallaban en una ronda de alegres y apacibles visos, entregados al diálogo y al consumo de churros y vigilantes; repentinamente, se me llamó por mi nombre y se me dijo: "Vení, nene, probá esto". Me acerqué en silencio y obedecí. Sí: era mate. Mi destino estaba sellado: con engaños, se me había hecho entrar al sistema.

Sin oponer mayores resistencias, trataba yo de adaptarme a lo que se me decía que era el mundo. Todos soñamos, alguna vez, con tener un nombre en la vida, con llegar lejos, y el único camino para tan portentosos logros es la sumisión. Pero mi entendimiento se afanaba, en vano, por comprender el misterio del mate. Se evidenciaba a mis ojos que la sagrada infusión proporcionaba cierto gozo y placer a mis congéneres, pero todas las auscultaciones personales a dicho respecto arrojaban la invariable conclusión de que era imposible verificar en mi organismo los mismos resultados. Se traducía así, el mate, en un símbolo más de las inagotables insatisfacciones personales que me ocasionaba la idiotez de transitar por los mismos senderos que el ser humano fatigaba en multitud.

Y entonces llegó mi pubertad, gloriosa y liberadora, con todo su inconcebible séquito de noes. Si aún no la de mi cuerpo, al menos la musculatura de mi maldad se había desarrollado lo suficiente como para patear, al fin, todos los tableros, incluso aquellos en los que no estaba jugando ni pensaba jugar. Y fue así que, en un histórico acto de sana y provechosa locura, elevé un día mis rencorosos ojos al cielo y, con un contenido grito de cólera, renuncié para siempre a Dios. Y con él, al mate.

Niños, antes de precipitarse a imitar mis épicas acciones tengan en cuenta que, desde entonces, mi vida no ha sido nada fácil. La libertad tiene su precio, tan alto como el del arte: no cualquiera puede estar dispuesto a pagar su cuota inapelablemente vitalicia. Es una renuncia que trae aparejadas otras mil renuncias, muchas de ellas indeseables. Como aquel que renuncia al celular y descubre que las dificultades del levante se multiplican por mil en estos tiempos hechos a imagen y semejanza del mercader y del cobarde, el que renuncia al mate descubre que, sin querer, ha renunciado a toda camaradería y complicidad con el género humano. Tanto mejor. No es algo que nos pese demasiado a los que nacimos con pasta de exiliados, mas la circunstancia es digna del reparo de los individuos triviales. Porque una cosa es renunciar al mate viviendo en Finlandia, pero otra cosa es hacerlo cuando se trabaja en fábricas, remiserías y todos los antros que me han visto pasar como a un oscuro peregrino invernal por siempre desterrado de las cálidas rondas humanas.

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Hacia una ética del mate

Vamos a decirlo sin palos en la lengua: el mate queda refutado por el simple hecho de que su consumo se basa en un principio de succión. Punto. Esto es razón suficiente para abolirlo. El mate cocido se entiende; el mate, no. Es como revivir la succión del pecho materno, y acaso de allí derive el nombre de esta infernal pócima telúrica.

Este inefable principio de succión determina que el mate se posicione cómodo en el top five de los alimentos que más hacen poner cara de boludos a sus eventuales consumidores. Hay que hacer piquito para tomarlo. Asumir cara de mosquito, de pájaro. Y si acontece el reconocido fenómeno de la bombilla tapada, las consecuencias pueden alcanzar cotas delirantes. El mateador succiona, desesperado, transido de una indecible avidez por exprimir unas gotas más de esa agua que se le niega como a un grotesco Tántalo, mientras su rostro adquiere tonalidades emparentadas ligeramente con el escarlata, pero en vano. La OMS ha advertido sobre las secuelas de esta temeraria práctica: ojos que se hunden dentro del cráneo, dentaduras postizas que se atraviesan en el esófago, bombillas que como proyectiles se alojan en la masa encefálica, mandíbulas que se dislocan, rostros cuya musculatura se petrifica en una mueca sardónica. Según recientes e irrefutables datos estadísticos, el 74% de las muertes producidas por el mate tiene su origen en una bombilla tapada.

Otro punto que refuta al mate, como bien señalé en el comentario que aquí amplío, es la absoluta inconsecuencia de su mezquina capacidad de porte. Estudios científicos demuestran que, en promedio, cada cebada de mate proporciona al consumidor, en total, unos 4 cc de agua. Así, se necesitan aproximadamente 312 mates para beber el equivalente a una taza de café. Lo cual nos lleva a la conclusión de que el mate es una bebida propia de países de gente muy ociosa, que dedica casi todo su tiempo existencial a esperar a que la pampa fértil dé sus frutos y cosechas. El mate, con la meticulosa observación de sus ritos eleusinos primero y con la larga concatenación de cebadas sin término necesarias para satisfacer al consumidor luego, se nos revela como impensable en pueblos emprendedores y vertiginosos que se afanan por alcanzar la cima del éxito. Para decirlo sin ambages: el misterio del fracaso argentino radica en el mate. Nunca una nación de pasivos y remolones cultores del mate podrá derrotar a una vigorosa y acelerada nación de adustos bebedores de feca.

Y ésa es la ética del mate: la ética del ocio, de la espera, de la sumisión, de lo inevitable. El mate nos dice: "¿Para qué levantarse y luchar, si la muerte nos llega lo mismo?". Expresa así el mate toda la convicción de un destino implacable, ante el cual nos sentimos indefensos, desarmados. ¿Suponen que estoy delirando? Deténganse un minuto a observar cualquier grupo de sanos mateadores: ya me dirán si estoy en lo cierto o no. Escuchen sus conversaciones, tan achatadas, pasivas, resignadas. Se dice que el mate les quita el hambre; lo que no se dice muy a menudo es que lo hace también en el sentido más lato de la palabra. Quien bebe mate no aspira a la gloria.

Pero hay algunos que son peores: los que acompañan el mate con bizcochos 9 de Oro. Que no se atreva jamás a solicitar mi amistad el infame que no opte por la desprejuiciada vitalidad nietzscheana de los Don Satur. La ética de los Don Satur es la ética de la vida, brutal y sincera: casi contrarresta, por un segundo, al mate; en cambio, en los 9 de Oro, de despreciable pulcritud y sequedad, se encierra una moral estancada y falaz, auto-negacionista, fétida, corrompida, la artificialidad de una imagen remilgada que insulta la esencia misma del bizcocho de grasa, la pedantería de encumbradas pretensiones de aparentar lo que no se es. Un bizcocho que no quiere reconocerse a sí mismo como bizcocho, con toda la humilde dignidad que ello comporta, y se traviste de galleta. Si el mate es a la acción lo que la religión a la vida, el 9 de Oro es al mate lo que Tartufo a la Iglesia cristiana.

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Jaque mate

Para no alargar este ensayo hasta instancias impredecibles, considero prudente concluir aquí con sus acendradas implicaciones, si bien es aún mucho lo que guardo para decir sobre el fascinante tema de este verdadero opio de los pueblos, que debería ser objeto de profundo análisis para todo historiador y sociólogo argentino que quisiera hallar las sólidas razones de un fracaso inexplicable. Bombilla mata libro y alpargata.

En fin, mientras el humano sigue sorbiendo con gusto su mate sempiterno, profundo, inagotable, yo seguiré forcejeando un rato más con la bombilla de la vida, que sin lugar a dudas se me ha tapado: por más que tiro y tiro, hace rato que no saco nada de ella. ¿Y? Acaso sea hora de, cambiando súbitamente la dirección del aire, soplar con furia y salpicar con alevosía a todos los que se hallen cerca de mis fatídicos pasos de exilio y de sombra.

8 comentarios:

  1. Hice el intento de leerlo todo pero no pude. O como se escribe ahora "TL;DR" (mi capacidad de atención cada vez es menor, lamentablemente). Sólo quiero aportar que el mate es uno de los peores inventos, por tres motivos: 1) Es un asco que todos chupen del mismo lugar. 2) Las pocas veces que quise mimetizarme con el resto del grupo (incluso bancándome la saliva colectiva) y pedí un mate me quemé la lengua. 3) A mi me gusta tener mi taza de mate cocido y tomarla al ritmo que quiero, eso de tres chupaditas y esperar toda la ronda para seguir tomando me rompe las pelotas.

    Ah, y también odio a la gente que no entiende que hay gente que no toma mate. Estoy podrida de que me miren como si fuera un extraterrestre.

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  2. Sí, mis escritos son extensos, pero porque se trata de resúmenes de los libros enteros que se me vienen por asalto a la cabeza ante cualquier hecho fortuito y minúsculo. Oh, las cosas me sugieren tantas cosas...

    Una de las partes que resumí del libro es, en efecto, la tiranía de la ronda. Es increíble la condena social que supone el simple hecho de olvidar devolver el mate y quedarse hablando con él en la mano. El ingenio popular ha acuñado, incluso, diversas fórmulas picarescas para hacer notar su vergonzosa conducta al distraído transgresor.

    Pasando a mi modalidad "zurdo paródico", creo que habría que hacer una revolución: basta de que los materos nos opriman y nos miren mal a los amateurs (personas que no creen en el mate). Es hora de romper nuestras cadenas y de subvertir el orden establecido, invertiendo todas las escalas de valores y encabezando un movimiento gramsciano que estigmatice como oprobiosa la mera ingesta de mate. Ya mismo me pongo a redactar una carta al Inadi para ponerlos al tanto de nuestros sufrimientos e infortunios. Que la discriminación de los amateurs no es moco de pava.

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  3. A mí me hieren las propagandas televisivas y radiales que siempre que se refieren a los estudiantes trasnochados preparando terribles parciales, lo hacen relacionándolos indefectiblemente con la figura del mate bondadoso y estimulante que los mantiene despiertos en su lucha intelectual.
    Me hacen sentir que mis vigilias académicas no valen lo mismo sólo porque yo las acompaño con jugo de naranja.

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  4. Estas son las luchas que me interesan. Saludos, soy un viejo lector desconocido y azaroso. Creo que este debe ser el único blog del cosmos que leo con cierta atención (bah, que leo).
    Me sucede algo contradictorio: firmo cada tesis y argumentación de este post. Pero no puedo abandonar el mate y su influjo decadente en mí. El mate es la infusión que el nihilismo propaga por mi cuerpo.
    ¡Ah, yo que tengo algunas convicciones socialistas, Nietzsche me catapultó al sótano de la moral de los esclavos! Y ahora usted, con ágil prosa, me recuerda que, al beber mate, soy parte de los valores decadentes, de la piedad y la resignación. Y encima acierta, señor mío.
    El café y el té son la expresión de la voluntad de poder. Café filosófico, café literario. El té de la tarde. El mate es populista, resentido y también intolerante: pude compadecerme de la pobre dama tildada de extraterrestre.
    Me voy a tomar un amargo. Saludos y congratulaciones por este post.

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  5. Cv: Dada mi absoluta desconexión del medio televisivo, me es difícil expedirme al respecto. Hasta donde mi memoria llega, todas las propagandas sobre mate tenían que ver más bien con sexo que con estudio. ¿Será señal de que la sociedad se estará poniendo seria y responsable?

    Igual sí, a mí también siempre me reventaron los estereotipos propagandísticos, sobre todo cuando para venderte un cereal, una manteca, un café, un queso untable o cualquier cosa por el estilo te mostraban la consabida familia funcional, feliz y bonita desayunando, como en una serie yanqui, junta y sonriente bajo los plácidos rayos de una mañana llena de agradables promesas para todos y cada uno de sus miembros. ¡Por dió, en Argentina eso no existe! Al menos, no en la Argentina que yo conozco. Una propaganda creíble tendría que ser un nena despeinada a los gritos porque no encuentra la compañera de la media que ya se puso, la madre contestándole para el orto mientras raspa una tostada que se le cagó quemando, el padre puteando porque se le hizo tarde y pierde otra vez el presentismo como el mes pasado, y, en el medio de todo, un pibe semidormido bajándose en silencio un feca mientras se pregunta cómo puede soportar convivir con esa gente.


    Víctor Dupont: Estaba convencido de que este post mío iba a ser desenterrado recién dentro de unos 80 años, bajo el influjo de nuevos paradigmas sociales, y que sería aclamado entonces unánimemente por la raza argenta como un temprano y desoído grito de conciencia y liberación. Pero me agrada descubrir que tan colosales verdades fueron comprendidas ya en su propio tiempo, aun cuando por pocos.

    Es verdad: si bien he surfeado en este post sobre el particular, no reparé tan a fondo en la esencia intolerante del mate, que delata a las claras su inequívoca moral de chandala. Si una persona manifiesta que no bebe café, a nadie le importa, a no ser que diga beber café descafeínado, en cuyo caso bien le caben las mismas burlas que a aquel que ingiere cerveza sin alcohol. Si esa misma persona añade que tampoco bebe té, no sólo no se la critica, sino que incluso se la puede llegar a encomiar, ya que no faltarán quienes crean leer en tal actitud una falta total de cipayismo, cuando no un valiente repudio simbólico al ideario enarbolado por Sarah Palin y sus acólitos. Pero en cuanto este mismo individuo comete la atropellada transgresión de agregar que tampoco gusta del mate, ya se lo mira de otra manera, no se le dice nada pero queda estigmatizado, se le comienza a rehuir, se pasan a despreciar sus opiniones, se le graba en el pecho una oprobiosa letra escarlata, y se le recluye para siempre en el funesto nicho de los decididamente antisociales. Y acaso lo seamos, pero ¿cuál es el crimen? Si la sociedad fuese un poco mejor, todavía. Como sea, la única bebida cuya no ingesta se repudia socialmente es el mate. No beber alcohol genera burlas, pero no rechazo: no es lo mismo. Cada vez estoy más convencido: los amateurs tenemos que hacer una revolución. Igualdad ya para nosotros. ¿Por qué el Inadi mira para otro lado y no hace nada, eludiendo nuestra problemática?

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  6. Vos lo pusiste elaborado, casi bonito. En mi mente es una traducción o mejor dicho ampliación detallista de algo que se me vino y viene en mente cada vez que veo un grupo de personas darle al famoso mate.
    Mejor dicho, más que un pensamiento en mente, es y fue una sensación.
    DE chica asociaba el mate con clases bajas, o con pobres de cabeza.
    La frase de mierda "ché negra, te hacés unos mates" la escuché tantas veces como ví caer lluvia porteña. Tanto la frase como aquellos la decían ( o la sigue diciendo) son absolutamente desagradables.

    Si RESIGNACIÓN...sumisión apacible..esas son las palabras, una nada mental disimulada con el acto mecánico del chupe y pase. Con el mate, noté se habla menos y gente que nada tiene para decir suele consumirlo, asimismo que lo poco que se puede hablar es completamente banal y generalista. Es una excusa, para muchas muchas cosas.

    Cabe mencionar, los aspectos higiénicos de consumirlo...una misma bombilla compartida entre varias personas, cada una de ellas con su respectiva saliva bacteriosa.

    Recuerdo el apartheid que "sufrí" en un laburo por decir "no tomo mate". Radio pasillo se extendió y a viva voz decían :- " no le dés mate a Fulana que no toma visteS", esto acompañado de una mueca..con ojos abiertos y boca torcida.

    Voy a irme del marco y a decir lo que varios les puede parecer una pelotudez, pero una relación ente hombre - mujer está acabada ( o rumbo al fin, si cabe) ...cuando empiezan a cebarse mates. Si cebadas con mirada bovina, parsimonia exasperante, silencios prolongados..cebadas entre una pareja que solía tener más para compartir, en vez de una bombilla, yerba y una pava.

    OH! el mate cocido con leche..aparte de laxante, es la bebida por excelencia del pobre, siempre acompañada con tostadas ( de pan duro).

    Eso.

    Salut
    A**

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  7. Me comí varias "a", "comas" y otros detalles. Ahora que releo hay oraciones **ploop**. Chúpenla xD

    jo jo jo!

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  8. La asosiación mental entre el mate y todos esos estados de ánimo que podríamos ubicar dentro de la gama de las indolencias es lógica: el mate es una bebida que exige el estatismo, tanto de actividad como de mente. Uno tiene que abandonar cualquier tipo de concentración en pos de obras megalíticas o de planes inmortales para abocarse a, cada 45 segundos, ingerir un nuevo exiguo dedal de agua pasada por yerba. Al décimo dedal, cualquier gran pensamiento u obra que estuvieses elucubrando puede darse por irremisiblemente perdido. Demasiadas distracciones de succión. Imposible imaginar un filósofo alemán o un ingeniero japonés edificando un puente o un tratado de ética entre mate y mate.

    Ampliamente reveladora y para nada pelotuda tu hipótesis de la conjugación entre mate y pareja. Pero esto sólo desde el punto de vista nuestro, que somos seres propensos a derrochar neuronas ante el incidente más trivial. Supongo que habrá gente perezosa de mente y de alma para la cual la mera idea de compartir una vida monótona, silenciosa, abúlica, descolorida, anodina, apaciblemente hundida en el estancamiento de maratónicas mateadas salpicadas por comentarios insulsos y reiterativos puede llegar a ser el súmmum de la felicidad. Y quizás tengan razón, aunque la mera idea de su felicidad sea para mí una tortura peor que los mil infiernos que soportamos a diario los seres pensantes.

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